lunes, 19 de octubre de 2009

Piercings

Ya dije que el fútbol me aburre bastante. Pues bien, el partido no daba para mucho y ya me había leído enterito el programa que reparten a la entrada, incluída una referencia a que el árbitro, aunque gallego, había nacido en Alemania (a lo mejor por eso yo no entendía lo que pitaba). Mi acompañante parecía interesado en el choque, así que hablaba poco, y tampoco era cuestión de andar molestando al vecino. Pensé en dedicarme a pensar un rato en mis cosas, pero como ultimamente no son motivo de alegría, lo dejé.

Pero la vida siempre me ofrece un recoveco en el que guardarme de la cotidiana intemperie. En este caso fue la oreja de la chica que ocupaba el asiento de delante, un poco a mi izquierda. La oreja izquierda, para ser más concretos. Sólo podía verla cuando ella giraba la cabeza hacia ese lado, así que me puse gritar recomendando a los futbolistas que volcaran el juego hacia la banda izquierda, alegando que nuestro extremo estaba inspirado.

- pásale a De Marcos, cegato, que esta solo!!!

Conté veinticuatro piercings en esa oreja. Me puedo haber confundido en dos o tres, porque no paraba quieta la mujer, pero había veintitantos. Cuando miraba a la izquierda contaba los aros, y cuando miraba al centro, las tuercas.

Luego me fijé en sus dedos, y ví que llevaba las yemas con refuerzos de esparadrapo. O a lo mejor eran tiritas. Para curar las heridas de cuando se rasca la oreja, pensé, aunque tampoco sé cómo puede picarte la oreja, si en la oreja hay más agujero que oreja propiamente dicha.

Pensé en si cada día llevaría los mismos veinticuatro adornos o si los cambiaría los días impares, o los festivos, o los feriados locales.

Pensé en si dormiría con ellos, levantándose cada día con la almohada ensangrentada, o si dedicaría sus veinte minutos a quitarselos, y otros veinte a ponérselos cada mañana. Eso me llevó a pensar si llevaría betadine y gasas en el bolso, y a juzgar por el tamaño del mismo, concluí que sí.

También pensé en si los guardaría cuidadosamente en una cajita de madera labrada o los dejaría tirados encima de la mesita de noche.

Pensé en que tendría que ir dos horas antes al aeropuerto para pasar el control de metales, que vaya coñazo, y pensé en que llevar todo eso colgando debería tener alguna compensación, más allá del mero regocijo estético.

Pensé en qué le voy a decir a mi hija cuando me pida permiso para agujerearse el cuerpo.

Pensé en faquires. Pensé en la India. Pensé en alfombras voladoras y en sultanes y en princesas.

Y se me pasó el partido volando.

Gracias a Dios, porque a mi el fútbol me aburre bastante.

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