jueves, 22 de octubre de 2009

1004

Llamó al 1004 para dar de baja el teléfono de una persona muerta y pasaron tres minutos hasta que habló con un ser humano. La espera fue entretenida, porque una voz maquinosa le iba diciendo que hiciera cosas: que marcara 1 si era alto o 2 si era bajo, que dijera si había nacido en Orihuela o en algún otro pueblo de la provincia de Alicante, que si le había puesto el regalo de ratoncito Pérez al niño de una puta vez, que esperara a que un operador le atendiera... y le puso música para esperar sin que se estresara.

Del arrobo musical le sacó Juncal-en-qué-puedo-ayudarle, con más acento de Cádiz que Bibiana Aído. Y le dijo que le ayudara a dar de baja la línea de una persona que ya no necesitaba el teléfono para nada, porque había muerto. Le preguntó si lo había pensado bien, ya que cualquier familiar podría beneficiarse de grandes ventajas y descuentos en la contratación de servicios si mantenían la línea, y le dijo que sí, que lo habían pensado, y que era que no. Como Juncal insistía, le dijo a lo bruto que los muertos no necesitan teléfono, que nos visitan en sueños y nos dicen todo lo que tienen que decir sin necesidad de auricular.

Pero Juncal era una mujer preparada para todo tipo de contestaciones, e inquirió entonces acerca de si no querrían mantener el número, ese que había acompañado al finado durante tantos años, en sus tarjetas de visita, en sus páginas blancas, en el uno-uno-ocho-veinticuatro...

- estoy segura de que Don Hipólito le había cogido cariño al número.

Pero cómo se va a coger cariño a un número, contestó. Se coge cariño a un gato, o a un canario, o a Terelu Campos, o a una vajilla, pero no a un número, por Dios.

Y Juncal claudicó. Era la primera vez que le pasaba. Así que no intentó venderle un Plan de Pensiones.

Ni la vitrocerámica que tenían de oferta.

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