jueves, 1 de julio de 2010

He vuelto

He vuelto.

En estos días he contemplado con inquietud que ha habido gente que ha escrito. En sus blogs, en los periódicos...

Dichosos ellos.

Yo tuve que esperar, y buscar un hueco nuevo desde el que sonreir por las mañanas (www.egunonpues.blogspot.com).

Allí os espero.

viernes, 18 de junio de 2010

remedios contra la tristeza

En julio de 1998 andaba yo agotando mis vacaciones unas semanas antes de empezar a trabajar en el Colegio Jesús - María de Bilbao. En esos días leí Todos los nombres. Y de la misma sucumbí a la prosa abrumadora e hipnótica de Saramago. Y, como hizo don José, el anónimo protagonista de la novela, me até al tobillo una punta del hilo de Ariadna, para avanzar en la oscuridad del mundo desconocido que me esperaba en Artxanda. Con el mismo espíritu de oficinista aventurero.

El año siguiente, en marzo, leí El Evangelio según Jesucristo. Y descubrí con asombro que un ateo de mirada limpia se iba convirtiendo en mi guía espiritual. Que cabían muchas miradas amorosas a la misma realidad. Que existe la heterodoxia, y que es buena. Y a veces, obligatoria.

La lectura en verano de El año de la muerte de Ricardo Reis puso a prueba nuestra relación, pero la crisis solo duró unos meses, hasta que en Navidad de 1999, y, como siempre, la mitad en Bilbao y la mitad en Barcelona, leí la Historia del cerco de Lisboa. En ella, otro ser anónimo, Raimundo Silva, corrector de pruebas de una editorial, sucumbe a la tentación de subvertir la Historia, tan convencido de su poder como de su amor por María Sara.

En un viaje triste hasta el infierno de Madrid a Bilbao, en marzo de 2001, terminé de leer el Memorial del Convento, otra historia de muerte. Y eso que empezó bien, entre risas, cuando descubrí que Saramago se inspiró en Stephanie y en mí para escribir un párrafo memorable: ... y vengan las damas a éste a cobijar a Doña Maria Ana con el edredón de plumas que también trajo de Austria y sin el que no puede dormir, sea invierno o verano. Y es por causa de este edredón, sofocante hasta en el frío febrero, que Don Juan no pasa toda la noche con la reina, al principio sí, por ser aún mayor la novedad que el incomodo, que no lo era pequeño al sentirse bañado en sudores propios y ajenos, con una reina tapada hasta la cabeza, recocido en olores y secreciones. Doña María Ana, que no ha venido de país cálido, no soporta el clima de éste. Se cubre toda con un inmenso y altísimo edredón, y así se queda, enroscada como topo que encontró piedra en su camino y anda pensando por qué lado ha de seguir excavando su galería.

Ensayo sobre la ceguera, que leí en febrero de 2001, me sacudió hasta los cimientos, y me apunté una máxima para recordar para siempre, que si antes de cada acción pudiésemos prever todas sus consecuencias, nos pusiésemos a pensar en ellas seriamente, primero en las consecuencias inmediatas, después, las probables, más tarde las posibles, luego las imaginables, no llegaríamos a movernos de donde el primer pensamiento nos hubiera hecho detenernos. Aquello me cambió el porte, de prudente a osado. Ya era Jefe de Estudios, pero pasé de contemporizador a proactivo.

En el verano leí La balsa de Piedra, que en nuestros días ha sido reeditado con el fin de obtener dinero que destinar a la reconstrucción de Haití. Marta me pidió que abriera el curso con unas palabras dirigidas a los profesores. Las tomé prestadas de Pedro Orce, que decía, contemplando la balsa de piedra, esa inmensa península ibérica a la deriva en mitad del Atlantico, que cada uno ve el mundo con los ojos que tiene, y los ojos ven lo que quieren, los ojos hacen la diversidad del mundo y fabrican maravillas, aunque sean de piedra, y las altas proas, aunque sean de ilusión. Y dije, en un verano que nos envíaba imágenes como las de las pateras, Gescartera o la violencia de ETA en las calles de mi país, que proponía, a los que teníamos la tarea de acompañar a los alumnos a ser personas, empeñarnos en el programa diseñado por el escritor poeta: educar para que sus ojos y sus manos fabriquen maravillas, aunque sean de piedra, y las altas proas, aunque sean de ilusión.

Buena verdad es que ni la juventud sabe lo que puede, ni la vejez puede lo que sabe, decía Saramago en La Caverna. Yo lo leí en febrero de 2002. Y me empeciné en leer más, en perseguir la sabiduría, en no conformarme con las primeras impresiones, es escarbar detrás de las palabras, en volver a la Filosofía, en leer a Platón.

De El hombre duplicado aprendí lo extraña que es la relación que tenemos con las palabras. Aprendemos de pequeños unas cuantas, a lo largo de la existencia vamos recogiendo otras que nos llegan con la instrucción, con la conversación, con el trato con los libros y, sin embargo, en comparación, son poquísimas aquellas de cuyos significados, acepciones y sentidos no tendríamos ninguna duda si algún día nos preguntaran seriamente si las tenemos. Así afirmamos y negamos, así convencemos y somos convencidos, así argumentamos, deducimos y concluimos, discurriendo impávidos por la superficie de conceptos sobre los cuales solo tenemos ideas muy vagas y, pese a la falsa seguridad que en general aparentamos mientras vamos tanteando el camino en medio de la cerrazón verbal, mejor o peor nos vamos entendiendo, y, a veces, hasta encontrando. Lo leí en Dosrius, en la Semana Santa de 2003, mientras reflexionaba acerca de por qué no servían de nada las palabras cuando hablaba con padres de familia airados por el trato que dábamos a sus hijos.

De que la democracia no era la solución de nada, sino la condición para todo, como luego diría Cebrián, ya me iba dando cuenta, pero la lectura del Ensayo sobre la lucidez, en mayo de 2004, me lo hizo aprender y disfrutar, todo en uno.

Tenía la virtud de construir historias imposibles, como aquella en la que la muerte decide suspender sus actividades. Primero euforia, qué bien que no nos morimos, y luego el caos. Al día siguiente no murió nadie, empieza la novela Las intermitencias de la muerte, que leí cuando comenzaba 2006. Me ayudó a pensar sobre el otro caos, el de la organización del Colegio, en cuyo fregado andaba ya metido hasta las cejas. Y me ayudó a esperar con paciencia, porque el caos nunca gana.

De Las pequeñas memorias dí cuenta en septiembre de 2007, y me ayudó a pensar en cuando fui un niño, y de lo poco que me acuerdo, y de la poca memoria que tengo.

En diciembre de 2008 me visitó la muerte, tanto leer de ella en las novelas de Saramago. En San Asensio, a 120 km por hora, me dormí al volante y me salí de la calzada, estrellando el coche, mi cuerpo, y los de mis tres hijos. Pero ocurrió el milagro. El viaje del elefante viajaba en el asiento del copiloto, y asiste ahora a este ejercicio de escritura con las marcas del accidente en la portada. Desde entonces la muerte se me ha hecho familiar. Y me visita cada tres meses, la hijadeputa.

Y entre Valencia, Bilbao, Madrid, y el cielo de España, en noviembre de 2009, leí Caín. Y entendí que me faltaban muchas lecturas de la Biblia.

Hoy ha muerto Saramago. Me he dado cuenta al mirarme el tobillo y ver que el hilo ya no estaba ahí, guiando mi caminar.

Y me voy de Artxanda. Qué otra cosa puedo hacer, si empecé con él, y ya no está. Las cosas son como son.

Lo he intentado. He peleado contra la tristeza y gané 435 veces. Y arranqué más de 17000 sonrisas. Y creo que es suficiente, para qué seguir tentándola, en esta noche triste hasta el infinito. Así termina esta aventura de vida compartida que llamamos egunon.

Debo respetar al enemigo. Ponderar sus fuerzas y las mías. Esperar. Rearmarme. Desconcertarla.

Que se prepare, porque yo no me rindo.



Qué más da, quedamos nosotros, contestó María Sara a Raimundo Silva.
A mi remedio mejor contra la tristeza

Euskaltel (5)

No sé cómo era mi vida antes de tener contrato con Euskaltel. No sé con qué me entretenía. Con chorradas, igual. Ahora es mejor. Me llaman, voy, me atienden, o no, o sí, pero de aquella manera... es mejor.

Hoy me han llamado al trabajo para ofrecerme algo que no he entendido muy bien, pero tenía que ver con la tele.

- Pero si el partido de la roja de ayer fueron las dos primeras horas de tele que he visto seguidas desde que veía de una sentada Heidi y La Casa de la Pradera, le he contestado.

- Entonces, ¿no le interesa? (sollozando, como si la que estuviera viendo La casa de la pradera fuera ella).

- Pues no, pero te agradezco mucho tu ofrecimiento, lo amable que eres, lo bien que trabajas y lo bien que has dicho mi apellido.

La llamada me ha recordado que tenía pendiente llevar el móvil a arreglar. Aprovechando que tenía cinco horas libres, me he dirigido al Centro Comercial después de tomarme dos gin - tonics, y que sea lo que Dios quiera.

- Holaaa (cantando).

- Hola, que venía a ver si me arreglan este móvil, que tiene menos de dos meses y en la pantalla ahora se ve Disney Channel.

- No me jo... ¿cómo?

- Si, mira...

- Hosti, tú!, eso es que le has dado un golpe. No te va a entrar en la garantía.

- ¿Cómo que no? Este móvil viaja del bolsillo a la oreja y de la oreja al bolsillo. El único golpe de su vida lo habrá recibido de una moneda de dos euros con la que compartía espacio.

- Pues va a ser eso, que son de un delicado... te voy a tomar nota a ver si cuela.

Mira el contrato, pregunta por la factura, qué factura, la factura de la compra del móvil, pero si el móvil me lo regalasteis vosotros, cómo vais a hacer una factura de una cosa que regaláis, qué cosa más absurda, pues tienes razón, no me des la factura que no tienes, hala.

- ¿Esto es una P o una D?

- Una P, jolín, (sin mirar que señalaba la letra del DNI), si fuera una D me llamaría "Dedro".

Pero a trancas y barrancas el servicio funcionó. Me dejó un móvil del año 96, de dos kilos, con un cargador que parecía la batería de un coche.

Y me despidió con una sonrisa diciendo que me llamaría con lo que fuera.

¿Qué más se puede pedir?

jueves, 17 de junio de 2010

chorradas

José Soto es un publicista atento a la realidad. Piensa que la gente está tan desencantada con lo que hay que se lanza en brazos del surrealismo. Que las empresas, que antes buscaban atraer a las personas con campañas basadas en causas sociales o verdes, ahora van a por la chorrada porque saben que funciona.

Para probar su teoría se dedica a crear en Facebook grupos relacionados con los usos y costumbres de las señoras españolas, y luego comprueba cuántos se apuntan. Estos son los nombres de algunos de los grupos que ha creado: "señoras que circulan por el Mercadona como si fueran Ben Hur", "señoras que se asustan al oir la palabra ´pene´pero tienen ocho hijos", "señoras que dicen oyoyoyoyoyoyoy cuando oyen un cotilleo", "señoras que llaman kibis a los kiwis", "señoras con el pelo chafado por detrás después de la siesta" o "señoras que se ponen el móvil en la oreja sin darle a la tecla de responder". Y se apuntan a esos grupos decenas de miles de seguidores.

Dice que cuando atizaron a Berlusconi con una estatuilla del Duomo intentó crear uno que se llamara "señoras que atizan a Berlusconi", y ya había cinco grupos con un nombre parecido.

Yo voy a crear dos grupos para comprobar su teoría: uno que se se llame "señoras que terminan sus peroratas en la carnicería diciendo ´yo lo veo así´", y otro que se llame "señoras que dicen en la cola del súper me dejas pasar que solo llevo este champú y luego le dicen a la cajera que a ver qué pasa que debe haber un error porque con el champú relagaban una crema de manos y no la veo por ningún sitio y entre voy y vengo pasan diez minutos".

Y a ver si es verdad que la gente está loca.

miércoles, 16 de junio de 2010

Japón, de Oriente

- Fotografía, dígame.

- Coño, qué rápido.

- ¿Perdone?

- Nada, que llamaba porque hace varias semanas, veintiseis para ser precisos, llevé a arreglar una cámara y me extraña que aún no me hayan llamado para decirme que ya está lista.

- Eso es que no está lista. A ver, dígame su nombre y la talla de pantalón.

- Me llamo Pedro Mendigutxia y ahora llevo la 44.

- Un momento señor Montolivo, ... si, aquí está, una Fuji negra, ¿verdad?

- Verdad.

- Pues está en Japón.

- ¿Cómo en Japón?

- En Japón del Oriente, también conocido como el país del sol naciente, no me pregunte usted por qué.

- ¿Por qué?

- Que no lo sé, hombre.

- No, no le pregunto por qué lo llaman así, sino por qué está la camara en Japón.

- Ah!, pues porque los del servicio oficial Fuji de Madrid estaban todo el día de protesta por las condiciones laborales, que les hacían trabajar como japoneses, y la empresa decidió deslocalizar la planta y llevársela a Osaka, que a los japoneses no les molesta trabajar como japoneses, y se ahorran una pasta.

- Hombre de Dios, pero... ¿y las cámaras van y vienen?

- Cada día. Y ordenadores, y escáners, y exprimidores, y licuadoras, y yogurteras, de todo.

- Entonces, ¿cuánto tengo que esperar?

- Mucho. ¿Tiene prisa o qué?

- Hombre...

- Pues si tiene prisa yo le aconsejo que se compre una nueva. Precisamente ahora tenemos una canon de 315 megapixels en oferta con ABS, ESP, ERC, SMS, CiU, y ajuste de voz para el control remoto por 459 euritos de nada.

- No, no, ya espero a que vuelva la otra de Japón.

- Es que a lo mejor no vuelve.

- ¿Cómo que no vuelve?

- Sí. Es que últimamente se pierden algunas. Japón está tan lejos y el avión hace tantas escalas... También le puedo ofrecer una Samsung de tres megapixels por 39 euros, se segunda mano, pero en buen uso.

- ¿Y no me puede devolver el dinero de la Fuji?, que la he usado diez días...

- A ver.... No, eso no puedo. Pero si quiere le paso con televisores o con ropa interior femenina, que tiene ofertas complementarias con las nuestras. Eso, o esperar a Japón. O morirse de asco.

martes, 15 de junio de 2010

Fotografía

- 11824 de Infotecnia, precio de la llamada, y bla, bla... (se corta la cantinela) 11824, le atiende Leandro Malpica, digame.

- Hola, Leandro, necesito el teléfono del Corte Inglés de Bilbao, en la Gran Vía.

- Un momento... (largo, el momento), es el 944 y tal y tal.

- Muchas gracias, muy amable.

- ¿quiere que le mande un mensaje gratuito al móvil con la información que nos ha solicitado?

- No.

- ¿Y quiere que le ponga directamente con El Corte Inglés?

- Que no,

- ¿Necesita alguna otra cosa?

- Muchas, pero no tienen que ver contigo, corazón.

- ¿Quiere que le pase de matute el teléfono móvil de Florentino?

- Que me dejes ya, hombre, que tengo que llamar.

Y cuelgo. Qué pesao...

- El Corte Inglés, dígame.

- Con Fotografía, por favor.

- Le paso.

- Dígame.

- ¿Fotografía?

- Televisores.

- Pues yo he pedido que me pasen con Fotografía.

- Le devuelvo a Centralita.

- Centralita.

- Con Fotografía, por favor.

- ¿Otra vez?

- Es que la anterior me ha puesto con Televisores.

- Jesús. Le paso.

- Dígame.

- ¿Fotografía?

- Ropa interior femenina.

- El caso es que yo quiero hablar con alguien de la sección de Fotografía.

- Le paso con centralita.

- No!... (demasiado tarde)

- Centralita.

- Ejem, con Fotografía, por favor, si es usted tan amable...

- Pero bueno, a usted qué le pasa.

(varias respiraciones profundas)

- Que qué le pasa, digo.

- Pues que quiero hablar con la sección de Fotografía, y usted no da una a derechas. Y no me pasa nada más.

- Pues si que está usted desagradable.

- Pues sí. Cada lunes. Sobre todo si es verano y llueve. ¿Me va a poner usted?

- Ni yo le pongo a usted ni usted me pone a mí. Así que hemos terminado.

Y colgó.

Eso me pasa por hacer gestiones dificiles en momentos inoportunos.

lunes, 14 de junio de 2010

Gento

Andan a estas horas los jugadores de la Real, micrófono en mano, intentando decir lo felices que son, lo estupenda que es la afición, lo bien que lo ha hecho el entrenador, lo que nos ha costado volver a primera, y profundidades de esas.

Y he recordado una anécdota que contaban de Gala, al que juntaron con Gento en una cena. Gala preguntó cómo se llamaba. "Yo soy Gento", contestó. "Yo escribo, ¿y tú?". "Yo no. Yo soy Gento". "¿Estudias Derecho?". "Es que soy Gento".

Gala preguntó a la marquesa que tenía sentada a su derecha a ver quién era este señor. Y la marquesa se lo aclaró: "es que es Gento". No quiso saber nada más, y al cabo de unos días, por una caja de cerillas, se enteró de quién era Gento.

Y al bueno de Joan Capdevila, que le pega con la izquierda de maravilla, van y le preguntan los periodistas a ver si sabe en que año acabó el apartheid. Y contesta que qué es el apartheid.

Claro. Fútbol es fútbol, y no palabras.