domingo, 31 de enero de 2010

La última vez que me pasa

Iba con mi cuaderno nuevo de tapas de cuero en la mano y, como me gusta tanto el tacto, fui a ponerme la gabardina sin soltarlo. La mano que tenia libre pasó sin problemas, y apareció al final de la manga, resuelta y airosa, y sin haber perdido un solo dedo por el camino. Lo cual viene a significar, simple y llanamente, que soy una persona normal hasta cierto punto. Más o menos, como todos. Pero luego introduje la otra, soldada al cuero negro y sedoso de mi cuaderno nuevo. Para seguir estas lineas sin perderse va a ser necesario establecer, en este preciso momento, la siguiente suposición: que la manga de una gabardina tiene las mismas partes que un brazo humano, esto es, brazo, codo y antebrazo. También está la muñeca, al final del todo, pero a los efectos de ésta pequeña digresión la consideraremos parte de la mano. Pues bien, mi mano, con su cuaderno y con su muñeca, pasaron sin problemas por el brazo de la manga. Cierto es que a medio camino la manga presentó una resistencia, que fue resuelta por el tren de cabeza sin mayor dificultad. A la altura del codo de la manga hubo que maniobrar. La muñeca giró, la mano obedeció al giro, y el cuaderno, que era, y es, el menos humano de los tres y por lo tanto el más obediente, porque no tiene las rarezas que tenemos las personas, acompañó a aquellas, siguiendo la trayectoria hasta el antebrazo de la manga. No he dicho hasta ahora que la gabardina es de estilo inglés, que parece una cosa pero otra es, y lo que parece armoniosa confección se troca en chapuza a medida que una mano con un bloc transitan por sus adentros. Y tal quedó demostrado cuando las tres, mano, muñeca y cuaderno, quedaron atrapadas en el antebrazo de la manga de la gabardina de estilo inglés, que parece una cosa pero otra es. Ni para afuera ni para adentro. Para atrás no podía porque el codo de mi brazo estaba metido en una hoquedad de la funda de la manga, en la parte del brazo de la misma. Para afuera tampoco por el mismo motivo. Estar estaban, las tres, porque miraba por el agujero y las veía. Eso me tranquilizaba, porque si además de estar en innoble postura llego a perder el cuaderno nuevo de tapas de cuero, me habría hundido moralmente. Revelo en este momento que no estaba yo saliendo de casa, como imagina el lector, sino levantándome de tomar el aperitivo en la cafetería Bermúdez, y que la escena tenía lugar delante de no menos de veinticinco personas, de las cuales un treinta por ciento ya se giraban para ver qué me pasaba. Sonó un crac. Y luego un ras. Era la gabardina, que se quejaba de mis intentos por hacer que las cosas fueran como no iban a ser. Me senté. Como hizo Jose Luis López Vázquez en La Cabina. Como hizo esa señora a la que rescataron al cabo de siete días del ascensor de su casa. Más ruidos. Esta vez un clac, seguido de un intenso dolor. Era la muñeca, que se había dislocado, o roto. Lo noté porque el conjunto perdió su sólida ligazón, de manera que la mano colgaba flácida con el cuaderno en el extremo. Una persona de cierta edad sugirió que cortásemos la manga para facilitar la solución al embarazo, pero le dije que si se acercaba con unas tijeras le iba a cortar yo a ella otra cosa. Y no insistió. Así que me llevaron a la Casa de Socorro, donde una enfermera provista de ungüentos y aceites fue engrasando las partes atascadas, y tirando un poco de aquí y otro poco de allí, en tres cuartos de hora liberó a las partes humanas de las partes textiles y a éstas de aquellas, sin más daño que el de la muñeca, que también curó con un yeso la mar de mono.

Podía haber soltado el cuaderno, es verdad, pero en una situación así te agobias y hay soluciones que pasas por alto. Pero es la última vez que me pasa.

sábado, 30 de enero de 2010

Premios

A Millás le acaban de conceder el premio "Don Quijote" de periodismo por un artículo publicado en Interviu y titulado "un adverbio de le ocurre a cualquiera". No sé si es verdad o no, que un adverbio se le ocurre a cualquiera. Tampoco sé, en concreto, qué premia el premio Don Quijote. Pero el artículo es genial. Obra de un genio.

Eso no vale, diría yo. Si eres genial, te salen geniales todos los artículos, y eso no tiene ningún mérito. Mérito sería que alguien propenso a escribir melonadas, como yo, acabara un día escribiendo algo genial, y le dieran un premio. El DonQuijote está bien, porque viene dotado con 9000 euros que a Millás no le sacarán de pobre (porque con todo lo que publica no creo que esté pasando necesidad), pero que a mi me vendrían estupendamente. A mi y a la tensa relación que mantengo con el banco en razón de la propiedad de la casa que habito. Pero si me dan otro también lo aceptaría. Aunque el premio fuera una paletilla.

Si cumplo mi sueño, si alguna vez alguien me dan un jamón por escribir estas cosas, prometo sortearlo entre todos los seguidores del blog.

viernes, 29 de enero de 2010

Obama bien vale una misa.

- ¿por qué no rezas, Jose Luis?

- porque soy agnóstico.

- Bueno oye, a mi tampoco me gusta la canción de Phineas y Ferb y la canto cada noche, por mis hijas.

- es que no me lo sé.

- pues mueve los labios.

- es que dejarán de votarme los desencantados de Izquierda Unida, que son todos unos ateos.

- Mira, no me jodas, que te quedas sin madalenas.

- No, no, ya digo algo: santicadoseatu buurbuiru voluntad en la tirarracomoenelbuururu...

A Zapatero le ha invitado Obama a un desayuno oracional en su casa. No sé si por joder o por agasajo. No podemos decir que se trate de un desayuno íntimo, o de trabajo, con un fraile echando unos rezos ahí al fondo, sino de todo un evento con 3500 personas. Algo así como lo que fue la multiplicación de los panes y de los peces pero con madalenas y mantequilla.

La Moncloa ha emitido un comunicado, como no podía ser menos, agradeciendo la invitación y mostrandose muy honrada por ella. Pero de puertas adentro hay un follón de tres pelotas, porque con la invitación el bueno de Obama le decía que tenía que ser él, nuestro flamante y agnóstico presidente, quien tenía que elegir el pasaje de la Biblia que se leyera en la pradera de Virginia en el amanecer del convite.

Contestaron diciendo que si no podía ser al revés, que Zapatero llevaba el avión a reventar de pestiños, churros, porras y todas esas marranadas que desayunamos en España que, por la novedad, gustarían mucho al llano pueblo americano, y que eligieran ellos leer el versículo que quisieran, que les daba igual porque no iban a entender nada, porque seguramente lo harían en inglés.

Y contestaron que pa tu culo pirulo, que el texto lo eliges tú, que para eso presides la Unión Europea y te rodeas de los más prestigiosos consejeros del viejo continente, y lo lees en ingles, estaría bueno.

Y ahí anda. Levantándose a las cinco de la mañana para recibir a la parti de inglés, hasta las seis, Lectura seguida de la Biblia de seis a ocho, con un cuaderno de pastas de cuero que le regalaron por Navidad para apuntar lo que le gusta, y luego departe un rato con el embajador en Washington para ver como se para el conflicto diplomático que se va a montar en cuanto les diga, en pleno desayuno oracional, que la voz de Dios en la tierra es la de los pobres, y no, como creen allá, la del presidente de los Estados Unidos.

Y si no quiere tener problemas, que le pida consejo a cualquier obispo de estos conservadores que abundan en la Iglesia española, que le explicarán cómo hablar en tono de oración, con la voz impostada así, durante veinte minutos sin decir nada.

jueves, 28 de enero de 2010

Sopa

Un capo de la droga de Tijuana, apodado "el pozolero" (pozole es un guiso mejicano, que dicen que lleva carne, maiz y chile), hacía con los de la bandas rivales lo que hace cualquier capo de cualquier mafia de estas: ordenar que desaparezcan haciendo que parezca un accidente. Solo que después, en lugar de ordenar a sus secuaces que se dehicieran del cadáver, les pedía que se lo trajeran enterito, que ya lo deshacía él.

Y dicho y hecho. Hacía un pozole gigantesco con su maiz, su chile y la carne del muerto. Imagino que también pondría algún hueso de rodilla, del muerto, para darle sabor, además de avecrem, y todo eso. Y organizaba una fiesta ranchera a la que invitaba a los jefes de las otras organizaciones para explicarles, ya a los postres y cuando estaban bien cargaditos de guaro, que se habían comido un chamaco bien aliñado (para que no se les ocurriera trabajar en sus dominios).

Lo han detenido. Y se queja de que haya sido precisamente ahora, cuando ya le estaba cogiendo el punto y le empezaban a quedar estupendos sus guisos rancheros. Porque le costó, no creáis. Al principio metía el cadáver a macerar en sosa cáustica 24 horas. Y salía de alli en tan mal estado que tenía que arrojarlo enseguida a una fosa común. Y a por otro. Hubo un gran número de bajas, hasta 300, en las bandas rivales, por la dichosa obsesión del pozolero de hacer un caldo como Dios manda.

A mi hace días que los tropiezos en la sopa me molestan un poco.

miércoles, 27 de enero de 2010

La primera zapatilla

La primera zapatilla la esquivé con un ágil movimiento de cintura, pero la segunda me dió de plano en la ceja abriendome un boquete del que manaba sangre abundantemente. Cuando me llevé la mano al ojo para parar la hemorragia desprotegí el abdomen y el vientre, donde recibí el impacto de una de esas velas decorativas tan gordas que tenía a mano. De nada sirvió explicarle que me debo a mis alumnos. Que ya no sé enseñar con tiza, porque me mancho todo. Que dejé de utilizar papeles hace años, un día en el que el cajero automático me pidió por favor que cuidara el medio ambiente y que no imprimiera el comprobante. De nada valió explicarle que tenía el ordenador arreglando desde el jueves, y que no había técnico que sacara de él la manada de virus que lo habían tomado al asalto. De nada valió recordarle lo de la salud y la enfermedad del día de la boda, porque decía que el cura se refería a las de las personas y no a las de las computadoras.

Y todo porque después de haberme avisado la noche anterior de que ni-se-me-o-cu-rrie-ra llevarme su mini PC al trabajo, se me había ocurrido, en qué andaría yo, llevarme su mini PC al trabajo. Todo, en fin, por un pequeño desajuste de algún circuito de la parte neuronal de mi cerebro, a los que ya debería estar acostumbrada, además.

Y qué culpa tendré yo!

martes, 26 de enero de 2010

plátanos


- Hace unos días que noto raro al niño, Ramón.


- ¿Cómo de raro? Porque raro ya es el jodido...

- Más raro. Por las tardes, después de merendar, dice que quiere ir a Venus en un barco.

- Cosas de niños, Mila, por dios, todos hemos querido ir a algún sitio en barco o en vespa.


- Ya, pero es que él, mientras lo dice, pone los ojos en blanco y se le cae la baba.


- A ver si se mete algo... ¿qué le das de merendar?


- Yo no le doy nada. Va a la cocina y coge lo que quiere. Lleva unos días comiendo plátanos.

Por la noche, en la tele, explicaron que la Guardia Civil había encontrado un alijo gigantesco de cocaína escondido en unos plátanos que. llegaban desde América Latina y que se distribuían en los supermercados LIDL, donde la familia Cifuentes se proveía de frutas y verduras. A esas alturas de la jornada la Benemérita había decomisado grandes cantidades de plátanos, y seguía la pista a otros distribuídos por toda España. Como se ve, a algunos sitios llegaron tarde.

Mucho escáner corporal y mucha historia, pero al final, lo que quieren que llegue, llega, aunque sea a otro sitio.

(el chaval se ha acostumbrado a los plátanos y ya no quiere otra fruta)

lunes, 25 de enero de 2010

la charla del jueves

Justo antes de dar la bendición con la que uno puede irse en paz y pasar un domingo estupendo, el cura dió la palabra a una joven que venía a dar un aviso: que iban a tener lugar en la parroquia unas charlas los martes y los jueves. Como no dijo otra cosa, yo entendí que todos los martes y los jueves. Hasta el fin de los tiempos, allá por 2012.

Dicho el día y la hora, faltaba por decir el tema. Y aquí derrapó. Empezó diciendo que su vida era muy triste antes de conocer a Jesús. Y a juzgar por lo que dijo, la verdad es que sí, que era como para estar triste, triste. Que no encontraba sentido a las cosas, que vivía en un mundo materialista, que pasaba de una relación a otra como quien se cambia de sitio en el metro, que se sentía poco valorada en su trabajo, que pensaba que nadie la quería... Vamos, una auténtica porquería de vida.

Pero oye, fue conocer a Jesús y ver la luz. Todo tenía sentido, hasta levantarse a la mañana para ir a trabajar en invierno cuando es de noche. Se desprendió de sus riquezas y las repartió entre los necesitados de su escalera. Encontró una novia con la que empezó a compartirlo todo y que se convirtió en el amor de su vida, con la que tuvo dos hijas preciosas que sacaban unas notas estupendas y tocaban la viola de gamba y la flauta travesera, y bla, bla.

La gente empezaba a removerse en el asiento, y corría un run - run fragoroso que, al parecer, no llegaba hasta sus oídos. También empezaba a escuchar a mi alrededor algunos comentarios del estilo venga, guapa, que se enfrían las rabas, u otros más ofensivos del estilo de de dónde han sacado a esta marciana.

El caso es que el cura empezó a toser delante del micro y ella debió ver las señas que le hacían desde el fondo de la Iglesia unos señores vestidos de blanco que parecían acompañarla. Se dió cuenta de que en veinte minutos ya había dado la charla del martes y nos citó a todos directamente para el jueves.

Estoy que no vivo contando las horas que faltan.

domingo, 24 de enero de 2010

jesús

Estornudamos a 200 kilómetros por hora. Me parece impresionante. Eso supone que los felipones van más rápido en un estornudo que la pelota tras un saque de Andy Roddick. Fue escucharlo un día en la radio y contrastarlo al siguiente, cuando uno de los hijos a los que más quiero estornudó con una violencia fuera de lo común y estrelló sus mocos con igual violencia contra la pantalla del ordenador en el que yo escribía estas estupideces, u otras parecidas.

No salgo de mi asombro. Me ha dado por imaginar que si arrastras un catarro de estos invernales y estornudas dentro de un coche que va a 120 por hora, los virus salen propulsados a 320. Y que si eso te pasa en Barcelona, puedes contagiar en dos horas a un genovés que va paseando tranquilamente por la calle.

Y recuerdo a un compañero de camareta que acompañaba sus estornudos de un berrido descomunal, con el que trataba de amortiguar un espasmo corporal que llevaba su cabeza de atrás hacia adelante (si no gritaba corría el riesgo de sufrir un esguince cervical). Y creo que sus bacilos se transportaban a una velocidad mayor que la del sonido. Coreábamos todos con júbilo estos episodios que nos aliviaban por momentos de la negrura en la que nos sumía la vida militar.

En contraste, esos estornudos que parecen tan finos, que ni suenan, que nada expelen, me dejan ahora mosqueado. Porque algo saldrá despedido a 200 kilómetros por hora hacia el interior del cuerpo.

¿Y dónde se alojará?

sábado, 23 de enero de 2010

el alma

Diréis que somos una familia rara, pero hablamos mucho del alma.

Últimamente voy a correr con mis hijos un ratito por las noches. Los que me conocéis en persona lo habréis notado porque mi figura se va estilizando por momentos. Sin embargo, a mí lo que me gusta es cómo fluye la conversacion a la altura del kilometro dos.

- ¿el alma te entra por aquí?,
preguntó el pequeño señalándose las fosas nasales.

- !!!!!! ¿y qué es el alma?


- una cosa transparente que se va al cielo cuando te mueres.


Los alumnos de 2º de Bachillerato no hubieran dado una definición más precisa.

A la hora de la cena la hija contó cómo la profesora de Literatura había explicado que la poesía trataba de llavar los sentimientos hasta el alma misma de la persona humana, y que ella le había preguntado que qué era el alma.

- Ana, no me jodas, dice que le contestó.

Pocas cosas más bonitas hay que ver a un profesional de los conocimientos haciendo confesión pública de sus limitaciones.

Pero a mí se me ha quedado la pregunta dentro.

viernes, 22 de enero de 2010

low cost (3)

El culo del viajero low cost es de una dureza superior a la que marcan los estándares europeos de calidad. Porque los aeropuertos Ryanair son con frecuencia poco más que una marquesina, y hay que sentarse en el suelo a esperar, con un bocadillo de jamón serrano hecho con pan de anteayer, de los que venden en el puestillo. Los asientos del avión, esos estrechos de color amarillo y azul, tampoco ofrecen ningún alivio a los esfínteres irritados.

Y una vez te sientas empieza el mercado persa. El sobrecargo te ofrece una amplia selección de productos de perfumería y cosmética, primero, una exclusiva selección de productos fríos y calientes, después, y así sucesivamente. A cada amplia selección de algo le sigue una exclusiva selección de otra cosa, todas ellas a unos precios interesantísimos. Te das cuenta de la insistencia cuando llevas media hora en el mismo párrafo de la novela sin poder pasar al siguiente.

Al sobrecargo nadie le hace ni caso, porque en el mismo instante en que suena el pin que avisa que ya puedes levantarte para ir al baño, y entre el estrépito del papel aluminio y la bolsa de plástico, cada español se saca su bocadillo de tortilla de patata con pimientos y cada irlandés su sandwich de crema de cacahuete con pepinillos. Unos el tinto y otros la Guinness. En uno de los viajes, unos de Lleida sacaron un perolo de cargols a la llauna, que iban pasando de fila en fila, con tostadas de pan con tomate. Queda todo perdido de restos de comida, porque, como ya comenté, este tipo de aeronaves de baja estofa transitan por corredores aéreos de ínfima categoría, plagados de aves que se suicidan contra las alas y de ciclones-del-caribe y anticiclones-de-las-azores, que convierten el Dragon Kan ese de Salou en una mariconada de tres al cuarto.

Y si viajas mucho con Ryanair acabas convertido en un ciudadano low cost, que añora los menús del día de mil pelas cuando ve uno de nueve euros, que se cuela en las catedrales camuflado en un grupo de japoneses, que desayuna en gasolineras por uno noventa el café y la napolitana y que hace del Hotel IBIS el Ritz del siglo XXI

jueves, 21 de enero de 2010

low cost (2)

Intentaba decir ayer que lo de subirse a un avión de Ryanair, más que un embarque, es un abordaje. Y entrar en la cabina confirma esta primera impresión, pues es tal el griterio y las maletas y personas que van de un lado a otro, que parece aquello una clase de 3º de la ESO a las tres de la tarde, cuando se ha ido la de Lengua y todavía no ha llegado el de Sociales.

Como te cobran por facturar un bulto el doble de lo que vale el billete, la gente apura bastante el equipaje de mano, hasta el punto de que todos van con el equipaje de mano tradicional, bolso en ellas y mariconera o bolso masculino en ellos, y el no tradicional, que son esas maletas pequeñas en las que va todo exprimido. Y es que si viajas con Ryanair das por sentado que necesitaras solo una toalla para toda la semana, tres calzoncillos, uno para cada dos días, y que las cosas de aseo ya las comprarás en una farmacia de guardia, si hay. Así que te cabe todo. Si tienes suerte puedes hacer que los equipajes estén situados en el compartimento que hay sobre tu cabeza. Si no, vendrán unos extranjeros que te dirán a ver si son estos tus abrigos, y que antes que digas que si y que ni se le ocurra tocarlos, ya los ha mandado ocho plazas hacia atrás. Los auxiliares de vuelo también hacen su parte, urgiendo al personal a sentarse y dejar de tocar los cojones, que no tenemos todo el día. Y así, cuando aterrizas, el caos se reproduce, porque todo hijo de vecino tiene sus equipajes de mano desperdigados por el avión.

Eso sí, va todo tan prieto que nunca se desplaza con los bruscos movimientos de la nave. A los vuelos de Ryanair les deben asignar los controladores el espacio aéreo residual, el que no quiere nadie, porque está lleno de baches, turbulencias y otras protuberancias. Pero el equipaje, en su sitio. De hecho, después de tomar tierra ni dicen aquello de que tengan cuidado al abrir los compartimentos superiores porque los equipajes pueden haberse desplazado y bla, bla.

Cuando despegas, en la medida que entras en un ámbito celestial, piensas que se han acabado las chirigotas.

Nada más lejos de la realidad.

miércoles, 20 de enero de 2010

low cost

Cuando uno viaja con Ryanair se le pegan un montón de comportamientos low cost, que luego tarda mucho tiempo en corregir, con los consiguientes conflictos en su entorno de relaciones.

El embarque es más bien el abordaje. Al tradicional grito de "maricón el ultimo", los primeros codazos tienen lugar delante mismo de la puerta 1 (en los aeropuertos en los que opera Ryanair hay dos puertas, la uno y la dos). Y como estos vuelos suelen ser frecuentados por gente a la que volar le pone, o que viaja de muy buen humor, o que hace tiempo que no hace el cabra, siempre hay dos o tres que van lanzando chanzas por encima de las cabezas del resto de viajeros, que bastante tienen con emplear codos y caderas en guardar el espacio, y no prestan atención a esos graciosos.

Como llegar pronto al avión tiene recompensa, los comportamientos asociales se repiten en la pista. Sobra decir que los fingers están reservados a los viajeros normal cost, y que los autobuses están igualmente reservados a los aeropuertos de las ciudades que aparecen en los mapas. Y si quieres subir al aparato tienes que darte un paseo. Tanto se alteran los nervios que yo mismo me sorprendí un día sacando la lengua a una señora entrada en kilos y en años, a la que además le pesaba el abrigo de pieles y que acarreaba el carrito de un bebe bastante llorón y con mocos. Lo hice en el momento de sobrepasarla mientras corría en dirección a las escalerillas.

Al poner el pie en la cabina y ver la sonrisa irlandesa de la azafata de Fuenlabrada piensas que ya has llegado, pero aun queda lo peor.

martes, 19 de enero de 2010

Y tu, ¿no tienes una historia de gatos muertos?

Eramos un poco pesados. Venga a pedir una mascota para tener en casa. Nos daba igual un gato que una rata de agua para meter en la bañera. Al final mi madre cedió (eramos cuatro pelmazos con la matraca a todas horas) y nos compro un hamster de color marrón, que era un bicharraco que estaba de moda en aquellos tiempos, y además nos lo dejaban por dos duros en la tienda. A ella le daba bastante asco, porque, al fin y al cabo, no dejaba de ser un ratón, aunque algo mas sofisticado y sin rabo.

Recuerdo que un día me lo lleve al colegio metido en el bolsillo. Llevaba una sudadera de esas que tiene un bolsillo delantero grande con doble entrada, y allí andaba Gus, que así se llamaba el elemento, sacando la cabeza ahora por la derecha, ahora por la izquierda, con el consiguiente regocijo de los compañeros y el subsiguiente mosqueo de Don Francisco. A cuarta hora ya no aguantaba mas el pobrecito y se hizo caquitas encima. Bueno, en el bolsillo de la sudadera. Y yo anduve con la mierda a cuestas hasta las cinco, hora en que llegue a casa. Este incidente no ayudo en nada a que mi madre le fuera cogiendo cariño al animal.

Un día desapareció. Como vivíamos en una casa antigua en una época en que ni los colectores ni la ría eran lo que son ahora, pensábamos que se había fugado con una rata callejera. Hasta que al cabo de un mes, un olor sospechoso a la hora de freír unos huevos con chistorra nos hizo temer lo peor. Y lo peor era que cuando levantamos la chapa del eléctrico hallamos el cadáver de la criatura, carbonizado y en avanzado estado de descomposición.

Al practicarle la autopsia descubrimos que había llegado cadáver al fuego, al haberse rajado el vientre con el cuchillo de cortar pan. Eso nos reconforto un poco, al ver que no había sufrido una muerte como la de las brujas en la Inquisición.

Eso si, mi madre se plantó y no hubo mas bichos en casa.

Y tu, ¿no tienes una historia de gatos muertos?

lunes, 18 de enero de 2010

atomos de felicidad

Busca que te busca remedios contra la tristeza (no otra cosa alienta este modesto esfuerzo literario de cada mañana) alguien que me quiere mucho y que sabe de mis desvelos me ha hecho llegar estas líneas del retrato de un hombre inmaduro, de Luis Landero. Que hable hoy, pues, el bueno de Luis:

De pronto, todo se simplifica, y aparece, sin anuncio previo, la Felicidad. Su Majestad la Felicidad, a la que todos rendimos pleitesía. Fíjese, hace muchos años, un día, como tantos, fui a comprar el pan y Lucas salió de donde el horno vestido de blanco, risueño, el pelo de harina, y se puso a bromear con los clientes: "¿hay rosquillas?", pregunto alguien. Y Lucas: "hoy no hay rosquillas. ¿Es que no sabes que cuando llueve no se pueden hacer rosquillas?". Nosotros sonreímos, unos mas y otros menos. Crisantos, cartero jubilado, se volvió hacia mi impostando un vozarrón de trueno: "¿no has oído? los días de lluvia no hay rosquillas". Otro añadió no se qué ocurrencia y otros metieron también baza en la burla. Una vieja malhumorada, que se había tomado la cosa en serio, pregunto entonces: "¿de qué habláis ni habláis? ¡Que coño tendrán que ver la lluvia y las rosquillas!" Y todos nos echamos a reír. Le parecía ridículo, y sin duda lo es, pero le juro que por un instante, fuimos felices, allí, en la panadería, aquel lejano día de lluvia. Incluida la vieja. Y ya ve, ahí está ese humilde átomo de vida, invicto en la memoria, en tanto que he olvidado otros de más bulto y representación. Fue solo un instante, pero suficiente para entrever por él lo hermosa y fácil que puede ser la vida. Y es que, en ocasiones, la felicidad se regala sin más, es un tesoro de calderilla que, aun así, sigue siendo tesoro. La vida, que nada vale, lo es todo, ya ve que paradoja.

Ahora un plan: buscar ese momento inolvidable y reírse un rato con él. (Como aquel día, el de hoy, en que a esta mierda de computadora se le estropearon las tildes. ¡Menudo momento de felicidad!)

domingo, 17 de enero de 2010

A veces pasa (que le ganas al Madrid)


El autor de estas insulsas lineas mañaneras es socio del Athletic Club desde hace 33 años. Todos sabéis que se trata de una entidad histórica. Antes, además, era temida y respetada por su potencial. Ahora es solo un equipo simpático, de esos que no ganan nada pero hacen bonito. De hecho, mi persistencia en su seguimiento se debe más a cosas del corazón, o del espíritu, que a las alegrías que reporta, que en los últimos 25 de esos 33 años son escasas. Por eso, la victoria en esta noche invernal sobre el Madrid de Florentino ha supuesto un desbordamiento de endorfinas en mi organismo más grande que el del Pisuerga por Valladolid hace un rato. Así que he descorchado una botella de cava. Y no os penséis que la he descorchado y la he dejado ahí, desbravándose el espumoso, no. Me la he bebido. Yo solo. Por eso, hace ya un rato que busco el teclado del ordenador sin encontrarlo. De hecho, ahora mismo no sé si estoy tecleando o jugando con la máquina de coser. Ruego a todos disculpas si este egunon sale torcido. O inconexo. O si no sale, porque cuando el Athletic gana al Madrid el tiempo se detiene en Bilbao, y no sé con qué uso horario tengo programado el blogger que os tralada estas reflexiones.

viernes, 15 de enero de 2010

sesos

- Brian, ¿has vuelto a comprar sesos para cenar? ¿no sabes que me dan ardor?

- No, Maggie, he traido pastel de ruibarbo, como me has pedido.


- ¿Y qué hay entonces en esta bolsa de plástico que pone "crematorio de Vargas"?


- ¿...?


A Margaret Finnan, de Alburquerque (EE.UU.), le enviaron las cenizas de su madre muerta en un cofre precioso de marfil, junto con el cerebro de la finada metido en una bolsa de plástico.

Al parecer, el operario había tenido una despedida de soltero el día anterior a la cremación, y toda la mañana fue un despropósito tras otro. Después de la trepanación fue a tomar el almuerzo con el capellán, como hacía cada día, y lo dejó todo a medias. Cuando volvió no sabía qué hacía allí el cerebro, y lo puso en una bolsa de plástico de esas de diseño de las que se usaban para entregar las cenizas de forma elegante. Y lo puso todo en el carrito del reparto.

Solo cuando se le pasó la resaca tomó conciencia del error. Pero ya era demasiado tarde. Y los Finnan ya estaban en la oficina pidiendo explicaciones.

Le despidieron y ahora trabaja en la carnicería de la esquina. Hace unos filetes estupendos. Pero yo nunca le pido sesos.

Porque se pone agresivo.

La justicia

El día estaba de perros y volaban las telas asfálticas del tejado por los patios de recreo, así que la autoridad requirió a los de a pie para que mantuviéramos a raya a la muchachada de Secundaria en su tiempo de asueto, dejándoles pasear a sus anchas por la espaciosa galería, pero sin permitirles poner un pie fuera de ella.

Uno me preguntó si me parecía justo que les hubiéramos encerrado, y que no les dejáramos salir a comer en tanto no recogieran las plastas de papel mojado que había por el suelo, restos de una pelea en la que él, por supuesto, no había participado. La verdad es que yo no medía la situación en términos de justicia, sino de peligrosidad: 120 garrulos y garrulas de 14 a 17 años y los millones de hormonas con las que salen de casa a las mañanas. Pero como me hizo la pregunta con media sonrisa irónica, entré al trapo como un Miura en Pamplona.

- ¿Tú vas a misa los domingos?

- Por supuesto, me contestó.

La respuesta me sorprendió un poco al principio, pero luego recordé que sus padres son del Opus.

- Pues entonces deberías saber que justo y necesario, y además nuestro deber y salvación, solo es dar gracias, siempre y en todo lugar, a tí Dios Padre Todopoderoso y Eterno. Que esto que hacemos los seres humanos de aquí abajo es simplemente necesario, pero no tiene por qué ser justo. Así que o recoges una plasta de esas del suelo o vas a hacer un ayuno más que saludable para ese cuerpo serrano que gastas.

Un poco agresiva sí me quedó la respuesta, pero hasta la boina estoy de esa obsesión por la justicia a los 16 de la que no queda nada a los 25.

jueves, 14 de enero de 2010

Un mal día lo tiene cualquiera

Le acababan de entregar el equipaje nuevito completo de balonmano, con el número 16, nada menos, y me pidió permiso para enfundárselo en plena calle. Por supuesto, se lo dí. Y aunque era 13 de enero y calor no hacía, fue tan pichi a la piscina luciendo su cuerpito, su uniforme azul y su ser de Bilbao. Fui con él, para no perder detalle de felicidad tan grande. Cuando estábamos en el semáforo, dos señoras de esas que si no hablan revientan comentaron que a ver si pensaba yo que estábamos en verano, y si no me importaba que el niño agarrara una pulmonía. No entramos en muchas profundidades. Les dije que, ya que se ponían a hablar de enfermedades, creía que las únicas que iban a agarrar algo eran ellas, el sarampión concretamente, con 13 grados que hacía y esos abrigos de borrego que llevaban. También les dije que con esa cara de cuerno que llevaban las dos contaminaban el paisaje. Y de paso les dí la tarjeta del asistente social de Ayuntamiento, donde ya acumulo varias denuncias por maltrato infantil, para ahorrarles el viaje.

miércoles, 13 de enero de 2010

el manganeso

- El problema lo tienes con el manganeso!, escuché como por azar al entrar en clase.

- sobre todo los jueves, pensé para mis adentros.

Para mis afueras sonreí, mirando a la profesora de Química, que ya se iba, dejando esas perlas para que sus aplicados alumnos no se fueran a casa pensando en otra cosa que no fueran los elementos de la tabla periódica.

Viendo la carita que se le quedó al pobre interpelado decidí intervenir, en tono distraido y coloquial, mientras montaba los elementos informáticos de los que me sirvo para dar la clase:

- yo también tengo problemas con el manganeso, sobre todo los jueves, que es cuando se cenamos garbanzos en mi casa.

Sentirse acompañado en la desgracia le hizo sonreir. Con la cantidad de problemas que un adolescente suele tener con sus padres, con sus amigos, con la sociedad... como para tener problemas con el manganeso. A mi se me abrirían las carnes.

martes, 12 de enero de 2010

La próstata

David Samadi es el jefe de Oncología Robótica del Hospital Mount Sinaí de Manhattan. Así que no es un mindundi. Es la persona que más sabe de próstatas. Dice que cuando Dios creó al ser humano colocó todos los órganos juntos, y al final se dejó la próstata fuera. Al darse cuenta, volvió a abrir y la colocó donde pudo, en la zona pélvica, debajo del hueso, sentada encima del recto (vaya sitio para sentarse), rodeada de grandes vasos y atándola a dos cosas que le quedaban sueltas, la vejiga y la uretra. Para ser todopoderoso lo veo un poco desaliñado a Dios.

A mi me pasó una cosa parecida el día de Reyes. Cuando creí tener montado el escalextric (para mí montar un escalextric es más difícil que para Dios hacer una persona), miré a mi derecha y me encontré un trozo de curva a derechas. Muy importante no será, pensé, y lo dejé estar. Pero al ver que los coches se salían todos en el mismo punto, me dije ya está, y puse la curva en medio igual que Dios la próstata, atándola de cualquier manera a dos piezas que quedaban sueltas. Y fue peor el remedio que la enfermedad.

Sin embargo, leer la entrevista a Samadi me hizo bien, porque cuando mis hijos protestaban al salirse el coche, les decía yo que peor lo hizo Dios con la próstata.

lunes, 11 de enero de 2010

El hombre inquieto


Con sesenta años, Kurt Wallander se ha hecho mayor. Pero ni por un momento deja de recordar y aplicar a su trabajo lo que aprendió de sus colegas mayores.

Y justo cuando su cuerpo se va llenando de patologías, de su mente sale aún con cuentagotas la intuición. Eso que le hace diferente de los demás.

Y no es este el único parecido con Descartes. También comparte con él la pasión por la verdad. Y nunca deja de intentar averiguar por dónde se llega a ella: la verdad, en este mundo, solía ser contraria a lo que uno esperaba. A veces hay que poner la realidad al revés para que esté al derecho.

Está bien recordarlo, para quienes creen que la tienen guardada en algún sitio.

A mí me costará vivir sin él. Tendré que empezar otra vez por el principio: Asesinos sin rostro.

Podéis no leer a Mankell. Pero perderéis horas y horas maravillosas.

domingo, 10 de enero de 2010

chinos

Un día me mezclé con un grupo de orientales para visitar una catedral occidental. Una que ya conocía, para que el idioma no constituyera una barrera insalvable. Lo hice para ver cómo se siente uno al formar parte de una potencia emergente, porque yo estaba convencido de que eran chinos (por el acento, tan diferente del de sus vecinos coreanos).

La acogida fue excepcional. Sólo hay que ver cómo me miraban, con esa sonrisa que acaba formando un redondel con los ojos. A la tercera vuelta a la iglesia me sentía totalmente integrado, y me había hecho fotos con todos, con el fondo del coro, de unos enterramientos medievales y hasta del sagrario, donde la guía les explicó que los cristianos guardan trozos del cuerpo del fundador de su religión, a lo que los chinos respondieron con un ooooooh perfectamente coordinado, que parecía mentira que solo llevaran tres días dando vueltas por Europa.

Y a la cuarta vuelta ya chapurreaba unas palabras en su idioma, como "no me pises", "sepárate un poco", o "quítame el codo de ahí jolín". De tanto oirlas era.

Pero en el quinto giro noté ya un cierto bajón, y me aparté, no sin esfuerzo, junto cuando ellos y ellas (más ellas que ellos) estaban en el cénit de la visita y trotaban alegres detrás de la guía de la banderita azul turquesa. Al menos entendí que con ese fondo físico la tierra será suya en un par de años.

sábado, 9 de enero de 2010

los hombres de mi vida

Estos días cumple mi padre ochenta y un años. ¡Qué pasada!. Y Elvis, 75. Mira tú, dos de los cuatro hombres de mi vida.

Con mi padre algunas costumbres han cambiado. Antes, hasta el mes de julio más o menos, lo visitaba yo. Me hacía los treinta kilómetros hasta su casa cagándome en la madre que parió al alcalde de Gordexola, que ha sembrado de badenes el camino, y nos comíamos unos pinchos de roquefort con anchoas de lata, porque por cuestiones de salud tenía vetada la sal. Lo acompañábamos de un reserva Maset del Lleó mientras veíamos cualquier mierda de partido de la Carling Cup por el pedazo de parabólica que tenía. Ahora es él quien me visita, sobre todo por las noches, y a horas intempestivas. La edad no perdona, y tiene los horarios un poco alterados. Yo le doy un beso y le digo que se vuelva a la cama.

Y qué os voy a decir del rey. Nada. Recordarle con esta canción que compuso una vez. Escuchándola hoy se me ha ocurrido dedicársela a mi padre, como hace la gente que llama a la radio, aunque él la dedicó a su antigua novia.


viernes, 8 de enero de 2010

La Gioconda


Razones superficiales por las que cientos de personas se agolpan delante del cuadro de La Gioconda para sacarle una foto, aun sabiendo que en la tienda del Museo venden una reproducción maravillosa 13x18 a un euro:

1ª) Ya que estoy aquí...
2ª) Que prefieren admirar el cuadro en casa tranquilamente, y no allí, en el museo, en medio de empujones y pisotones;
3ª) Que han llegado hasta París con Ryanair y no se pueden quitar de encima el comportamiento low cost.

Razones profundas por las que cientos de personas se agolpan delante del cuadro de La Gioconda para sacarle una foto, aun sabiendo que en la tienda del Museo venden una reproducción maravillosa 13x18 a un euro:

1ª) Que se trata de personas cultivadas, que saben distinguir una auténtica obra de arte cuando la ven.
2ª) Que están componiendo un álbum titulado "las siete maravillas del mundo y yo", y sólo les faltaba, además de la Gran Muralla y del estadio de San Siro en Milán, La Gioconda de Picasso.

jueves, 7 de enero de 2010

Vivir y morir


Siete casas en Francia (Bernardo Atxaga) es la historia de dos personajes y de sus dos luchas interiores. Si las juntas, más que luchas interiores son una enmienda a la totalidad del yo que cada uno de ellos es.

Lalande Biran, oficial en el Congo del ejército de Leopoldo II de Bélgica, quiere volver a París (a París todo el mundo quiere volver). Y quiere también olvidarse de robar marfil y caoba para colmar los deseos de su mujer: tener siete casas en Francia.

Chrysostome, tirador infalible, lucha por conservar lo que quiere ser en medio de un mundo imposible.

Uno muere y otro vive. Ese es, y no otro, el destino de todos. Vivir y morir. Y amar, por cierto.

Llegó con tres heridas:
La del amor,
la de la muerte,
la de la vida.

Con tres heridas viene:
la de la vida,
la del amor,
la de la muerte.

Con tres heridas yo:
la de la vida,
la de la muerte,
la del amor.

Miguel Hernández
cabrero y poeta

miércoles, 6 de enero de 2010

Miguel Hernández



Cuenta Millás que eso de que los Reyes son los padres es un invento de algunos padres, que no pueden explicar de otra manera la magia de esta noche. De todas maneras, la magia es solo para algunos. Para más bien pocos:

Por el cinco de enero,
cada enero ponía
mi calzado cabrero
a la ventana fría.

Y encontraba los días
que derriban las puertas,
mis abarcas vacías,
mis abarcas desiertas.

Nunca tuve zapatos,
ni trajes, ni palabras:
siempre tuve regatos,
siempre penas y cabras.

Me vistió la pobreza,
me lamió el cuerpo el río
y del pie a la cabeza
pasto fui del rocío.

Por el cinco de enero,
para el seis, yo quería
que fuera el mundo entero
una juguetería.

Y al andar la alborada
removiendo las huertas,
mis abarcas vacías,
mis abarcas desiertas.

Ningún rey coronado
tuvo pie, tuvo gana
para ver el calzado
de mi pobre ventana.

Toda gente de trono,
toda gente de botas
se rió con encono
de mis abarcas rotas.

Rabié de llanto, hasta
cubrir de sal mi piel,
por un mundo de pasta
y unos hombres de miel.

Por el cinco de enero
de la majada mía
mi calzado cabrero
a la escarcha salía.

Y hacia el seis, mis miradas
hallaban en sus puertas
mis abarcas heladas,
mis abarcas desiertas.

Miguel Hernández
cabrero y poeta

martes, 5 de enero de 2010

veintidós pares de zapatos

Cuando encontraron a Louise Von Enke muerta en una cuneta, a nadie como a Wallander extrañó que junto a su cuerpo estuvieran perfectamente colocados los dos zapatos. Como si se hubiera preparado para morir dejando las cosas ordenadas. Vamos, todo lo ordenadas que pueden estar las cosas en una cuneta cuando uno va a suicidarse.

De manera que se dirigió al apartamento de la malograda mujer, y fue abriendo los armarios hasta llegar al ropero, del que sacó veintidós pares de zapatos, que colocó en orden sobre la cama. Cuando hubo terminado, aquello parecía el ejército imperial en formación. Como no acababa de tener las cosas claras, telefoneó a su hija Linda:

- oye, veintidós pares de zapatos, ¿son muchos o son pocos?

- depende.

No! No depende de nada. Veintidós pares de zapatos son una barbaridad. Si sois cinco en casa, ciento diez pares de zapatos, Y si sois diecisiete, trescientos setenta y cuatro. Si sois solo dos, cuarenta y cuatro. ¿En qué parte de la casa caben cuarenta y cuatro pares de zapatos? Y si a uno de los dos le huelen los pinreles, ¿cómo se hace frente a la pandemia? ¿Y dónde guardas los cepillos, los betunes, los trapitos, las plantillas devor-olor y toda la parafernalia que acompaña a lo de los pies?

Yo tengo seis pares. Unos para ir a trabajar cuando llueve, otros para ir a trabajar cuando no llueve, otros para ir al monte y pisar piedras, o para cuando nieva, que es casi nunca, unos naúticos para andar cómodo si no tengo ningún compromiso, unas deportivas y las zapatillas de andar por casa. Ya está.

Y hago la guerra a los que viven conmigo escondiendo cada par de zapatos o de botas que exceden de los seis. Los guardo debajo de mi cama. Al principio me reían la gracia, pero ya no. Y lo de debajo de mi cama sí que es el ejército. Pero el de Pancho Villa.

lunes, 4 de enero de 2010

el señorito que no era

Le dijo que recordara todas las normas de urbanidad que le había enseñado, y que, además, intentara llevarlas a la práctica, porque le habían dicho que en esa casa eran muy finos. Por encima de todo, que no se limpiara los mocos con la servilleta.

Les tocó compartir mesa con una estonia, un paraguayo, un colombiano y tres catalanes, dos de la Garrotxa y el tercero del Pla de l´Estany. Uno de los catalanes, al que llamaremos Papá Nöel por su parecido con Santa Claus, permanecía sentado a la mesa con el gorro puesto, además del chaquetón de hule, en pasiva espera. El chaval, recordando la admonición de su padre, le preguntó si no pensaba quitárselo, el gorro.

- y tú, ¿te vas a quitar las gafas?, contestó.

Miró al progenitor, pero éste le reconvino con la mirada.

Comieron sopa de macarrones aplastados (de tanto hervirlos habían perdido su característica forma cilíndrica) procurando no poner caras, hasta que Papá Nöel decidió ventilarse los posos sorbiendo directamente del plato, ejemplo que siguió el paraguayo, primero, y la estonia, después. Esta última con cierta sonoridad, la cual amplificaba el otro catalán, el de Banyoles, haciendo con la boca sonidos onomatopéyicos:

- schluurps.

Los ojos del crío salían de sus órbitas para volver a entrar después, como en los cómics.

El arroz colombiano que siguió al entrante era el plato central. Lamentablemente, no pasaba de ser un engrudo anaranjado que engullieron dedicando a su autor delicadas sonrisas de agradecimiento, con comentarios que ponderaban las bondades de la cocina tradicional de los hermanos de América Latina, mientras imaginaban el efecto devastador que el cereal iba a hacer sobre el tramo final del tracto intestinal, y se les hacía eterno pensar en el día que volverían a tener que ir al baño.

Pusieron platos de postre por poner, porque el pastel lo comieron con los dedos. Y llegaron como pudieron al café, que Papá Nöel completó con un chorro generoso de ginebra, que quedó vedado al resto de comensales, porque no dejó ni gota.

Cuando volvían a casa el muchacho preguntó que por qué, si eran todos unos guarros, el había tenido que portarse como el señorito que no era. Y su padre se calló, como era su obligación. Porque los silencios expresan muchas cosas. Los mismos silencios que cuando en la tele salen Rajoy poniéndose faltón, o Belén Esteban gritando aunque lleve micrófono.

domingo, 3 de enero de 2010

peladillas, al fín



Era una pastelería tan popular en la localidad que habia que proveerse de un número en la entrada, igual que en la pescadería del Eroski. Y la cola era tan larga que el mostrador estaba lleno de pastelitos y turrones para entretener la espera de la respetable clientela. Dado que iban por el 27 y yo tenía el 88, me dediqué a probar, una tras otra, cada una de esas joyas de la gastronomía ampurdanesa. Y entre bocado y bocado, daba un tiento al porrón de garnatxa que había en una esquina, junto a la caja registradora.

Por supuesto, cuando me quise dar cuenta iban por el 91, así que debí tomar nuevamente un número, esta vez el 132.

Tampoco esta segunda vez estuvo mal la espera, porque en ese momento, y viendo que la gente acumulada superaba con creces el aforo del local, los amables dependientes sustituyeron los platos vacíos por otros mucho más acordes con la hora (la una del mediodía por entonces), repletos de canapés de salmón, de queso gruyére y de atún y anchoas con caviar. Fui probando y comprobando, entre pincho y pincho, que la garnatxa maridaba igual de bien con lo salado que lo había hecho anteriormente con lo dulce.

- ¿no tendrá usted que conducir, verdad?, me dijo un amable payés que, por lo visto, llevaba un rato observando mi comportamiento.

La garnatxa ingerida había inhibido todas mis vergüenzas, que son muchas, y le dije, aunque no era verdad, que no intentara distraer la atención, que había sido él quien se había acabado el plato de chicharrones y que no estaba bien hablar con la boca llena (esto sí era verdad, porque el señor era amable en las formas, pero fino, no).

Una señora que me había visto el número me avisó, y cuando me tocó el turno no me acordaba de por qué estaba allí, así que dí las gracias y me marché, del brazo de una amable señorita que acompañaba a todos los clientes y clientas de maneras distraídas, como yo, hasta el casal del jubilado, bajo las arcadas del ayuntamiento, a tomar un espresso bien cargado, que ya estaba esperándome en la mesa.

A los postres, cuando dijeron que sacara el bisbalenc, inventé una disculpa que ya he olvidado. Y el vacío que quedó en la mesa lo llenamos de peladillas de colores de esas que nunca se come nadie.

sábado, 2 de enero de 2010

descontrolados



Porque no tengo tiempo. Y porque no sé cómo son. (Y en el fondo, porque temo una venganza por su parte, y a mí me gusta ir en avión). Si no, ya me había echado a la calle a buscar un controlador aéreo español -hay más de dos mil, así que no pueden hacerse invisibles- para decirle que pienso que es un sinvergüenza.

Dice Fomento que cobran 370.000 € anuales. Y ellos, que solo cobran 200.000. Probablemente mientan los dos, así que dejémoslo en 275.000, 115.000 más que la media de sus colegas europeos, y con 45 días de vacaciones.

Con esas condiciones laborales, y por desastrosas que sean todas las demás, hacer huelga es mearse encima de un derecho que costó mucha sangre conseguir.

Por eso ni lo intentan. Y se dedican a pedir bajas médicas, que siempre hay médicos que las firman, aunque uno no esté enfermo.

Ya lo dice la canción: este país es así, espléndido.

viernes, 1 de enero de 2010

Como la vida

Que todos los que lean este egunon de año nuevo tengan la suerte de disfrutar de la vida. Y de tolerar lo que tenga de chungo. De hoy en adelante.

Que en 2010 no dejen de mover el pie al ritmo de la música. Ni muy fuerte ni muy suave. Como un blues.

El mensaje de la canción es un poco triste, y la música alegre. Como la vida. 2010 es la oportunidad que se nos da para prestar más atención al piano y a los bajos que a la melodía y a la letra. Al fin y al cabo, son aquellos los que nos soportan cada día.

Por fín

Con la diligencia de un buen padre de familia, me puse a jugar al escondite con mis hijos. La casa era tan grande, y me escondí tan bien, que no me hallaban. Y como no valía salir hasta que alguien te encontrara, me he pasado cuatro días en ese almacén de manzanas y zanahorias. He salido hecho una sílfide con tanta alimentación exclusivamente vegetal.