Olvidé de qué trataba el libro que me había leído hacía quince dias. Pero recordaba que la lectura me había provocado una desazón profunda. Que se añadió a otra que tenía de antes.
Con frecuencia olvido dónde he puesto las llaves, matarile-rile-rile, o qué he hecho con no-se-qué carta que han mandado del colegio, o con un folleto de zapatos que estaba aquí hace un momento, y me gano unas buenas broncas, de mi propia conciencia o de las personas que soportan mi desmemoria.
Normalmente confundo el nombre de mis dos hijos varones, de manera que a cada uno lo llamo por el nombre del otro, e incluso a uno de ellos le he llegado a llamar por un tercer nombre, porque no me salían los otros dos.
Una vez me olvidé de cómo se metía la marcha atrás, y como no hacía falta meterla para salir del garaje, salí de garaje, y conduje doce kilómetros por una autopista, hasta que lo recordé.
He tenido muchos dejà vu, pero no guardo memoria de ninguno.
Hoy leía a Maragall decir que todos estamos un poco locos, un poco sin memoria, y me he tranquilizado bastante. Pero la tranquilidad me ha durado lo que he tardado en darme cuenta de que había olvidado cómo funciona el nuevo lavavajillas.
Y me lo habían explicado esta mañana.
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