lunes, 10 de agosto de 2009

diatriba de odio contra un uniforme

Los Ayuntamiento de Palma y de Ciutadella se han puesto serios, y prohiben ir por la calle en bikini, ellas, y con el torso desnudo, ellos. Bueno, los bandos no lo dicen, pero supongo que también prohíben ir por la calle con el torso desnudo, ellas. Y otras variantes de desvergüenza que se me ocurren ahora y que no voy a citar porque sé que este egunon lo leen tiernas criaturas inocentes.

Lo digo porque sentado en una terracita de la localidad en la que vivo observé transitar en una hora, que es lo me dura a mí un martini con campari y mucho hielo en vaso ancho, a no menos de diez individuos de sexo masculino con uniforme: camiseta, pantalones pirata y chancletas.

Diréis que estamos en verano y que cuando los calores aprietan la vestimenta se relaja. A lo que contestaré que la localidad en la que vivo está al norte de la península ibérica, que aunque era agosto lloviznaba, y que la temperatura no pasaba de 18 grados.

Diréis que a ver si dejo de meterme con los demás, que yo no soy ningún adonis. Y tenéis razón, pero estos desahogos me deben ser permitidos, porque si no, me brotan unos bajos instintos asesinos que, desatados, traerían consecuencias mucho peores que estas lineas inocentes.

La camiseta es ajustada, se esté cachas o fofo. En el primer caso, molesta por lo presuntuoso. Y en el segundo, porque el rebote del bolso - mariconera que muchos llevan incorporado al uniforme con la barriga cervecera hace peligroso transitar al lado de estas personas.

El pantalón pirata deja ver los pelos de la pantorrilla, más pelos cuanta más pantorrilla, aunque no siempre. Y a mí, será por la edad, los pelos se me van espaciando. Como en la cabeza, pero en la pierna. El conjunto es antiestético, e incluso deprimente. Y verlo provoca una erección de los pelos del antebrazo francamente molesta.

Y llevan chancletas. Ese calzado tan cómodo para andar por la ciudad, con su goma recalentante en la suela y en las cinchas laterales; que aseguran que vas como con cuatro extremidades inferiores, cada una por su lado; que permiten terminar el día con los dedos llenos de mierda y los talones negros; que garantizan una absorción perfecta de los bajos olores callejeros y una adherencia inmediata de las cacas de can, siempre donde no toca, mecagüen diez.

Y lo terrible es que la gente contempla a estos uniformados como si no se estuviera acabando el mundo. Y que el Ayuntamiento no toma cartas en el asunto.

Y lo bueno es que el camarero, que me conoce, al verme llorar, me trajo otro martini.

1 comentario:

Sofia dijo...

¡Ja,Ja,Ja!
Qué suerte tienes siempre con los camareros...