martes, 18 de agosto de 2009

catedrales


Me cobraban cuatro euros por entrar a echar un rezo en la Catedral de Palma, de manera que volví sobre mis pasos y me dirigí a los otros dos sitios que centran mi interés cuando paseo por una ciudad: las Bibliotecas y las tabernas. Las dos en medio de las calles por las que pasan las personas.

En las Bibliotecas viven Benedetti, Galeano y Unamuno. Y el silencio, regalo impagable en estos dias, y que ya no pueden ofrecer las catedrales, llenas de japoneses con cámaras y noruegos con bermudas y camisetas de tirantes.

En las otras, en las tabernas, dan vino. Y pagas a gusto los cuatro euros. Y te encuentras con Dios igual que si fueras a una catedral. O más. De Jesús decían que era un borracho y un comilón, y era porque se pasaba el día en las tabernas, o en lo que hubiera. Por la sencilla razón de que la gente estaba allí, imagino.

Lo de las catedrales vino después de Jesús. Pasados mil años. Hacerlas altas, esbeltas, grandiosas tenía el fin de hacer sentir al visitante la grandeza del mismo Dios cristiano. Pero yo creo que si Jesús volviera y se encontrara con sus imágenes y las de sus amigos colgadas decorando esos espectaculares edificios, se sentiría desubicado. Como decía Sabina, igual que un torero al otro lado del telón de acero.

Porque lo suyo eran la calle y las tabernas. Doy fe.

2 comentarios:

Blanca dijo...

"Por la razón de que la gente estaba allí",-imaginas-; yo creo que puedes estar seguro.
No sé si hay o no culpables, pero han sido demasiados años construyendo catedrales, cubriendo el color, dando lecciones de moral sobre asuntos que no entienden (se supone)
Las experiencias más gratificantes son las asociadas a encuentros entre personas o a esos momentos de silencio en los que cabe Benedetti, una puesta de sol o el sirimiri de un día gris. Bueno, quizás, si se trata de una hermita románica, cuando no está abarrotada de turista, -o sea, nunca-, léase Eunate, Frómista, cualquiera del valle de Boí. Quizás allí... Puede que sea, porque la hermita románica es a la catedral, lo que la mesa de camilla es a la gran mesa de caoba de un lujosos comedor.
Hombre, también es verdad, que si la catedral fuera Sanmamés, y tras la prórroga, el resultado un barcelona derrotado..., a lo mejor en este caso... No sé, me estoy haciendo un pequeño gran lío.

Sofia dijo...

Pues yo entré en Barcelona, por pura casualidad al pasar por delante de la puerta, porque no estaba anunciada, a la de Santa María del Mar; esa iglesia de la que luego se escribió el libro, y fue una sensación de tener los pelos erizados por la belleza, por la Presencia del más allá, la calma que reinaba y la luz que entraba en forma de rayos que llegaban hasta el suelo o sobre la propia piel...me dió la sensación de ir cómo a dos centímetros del suelo hasta salir, donde el ruído cotidiano de la calle rompió el encantamiento.

Seguí turisteando, fue lo malo, tenía que haber ido a la Biblioteca y a la taberna después. Y así hacer un bocadillo de lo humano entre divino y divino.