domingo, 31 de enero de 2010

La última vez que me pasa

Iba con mi cuaderno nuevo de tapas de cuero en la mano y, como me gusta tanto el tacto, fui a ponerme la gabardina sin soltarlo. La mano que tenia libre pasó sin problemas, y apareció al final de la manga, resuelta y airosa, y sin haber perdido un solo dedo por el camino. Lo cual viene a significar, simple y llanamente, que soy una persona normal hasta cierto punto. Más o menos, como todos. Pero luego introduje la otra, soldada al cuero negro y sedoso de mi cuaderno nuevo. Para seguir estas lineas sin perderse va a ser necesario establecer, en este preciso momento, la siguiente suposición: que la manga de una gabardina tiene las mismas partes que un brazo humano, esto es, brazo, codo y antebrazo. También está la muñeca, al final del todo, pero a los efectos de ésta pequeña digresión la consideraremos parte de la mano. Pues bien, mi mano, con su cuaderno y con su muñeca, pasaron sin problemas por el brazo de la manga. Cierto es que a medio camino la manga presentó una resistencia, que fue resuelta por el tren de cabeza sin mayor dificultad. A la altura del codo de la manga hubo que maniobrar. La muñeca giró, la mano obedeció al giro, y el cuaderno, que era, y es, el menos humano de los tres y por lo tanto el más obediente, porque no tiene las rarezas que tenemos las personas, acompañó a aquellas, siguiendo la trayectoria hasta el antebrazo de la manga. No he dicho hasta ahora que la gabardina es de estilo inglés, que parece una cosa pero otra es, y lo que parece armoniosa confección se troca en chapuza a medida que una mano con un bloc transitan por sus adentros. Y tal quedó demostrado cuando las tres, mano, muñeca y cuaderno, quedaron atrapadas en el antebrazo de la manga de la gabardina de estilo inglés, que parece una cosa pero otra es. Ni para afuera ni para adentro. Para atrás no podía porque el codo de mi brazo estaba metido en una hoquedad de la funda de la manga, en la parte del brazo de la misma. Para afuera tampoco por el mismo motivo. Estar estaban, las tres, porque miraba por el agujero y las veía. Eso me tranquilizaba, porque si además de estar en innoble postura llego a perder el cuaderno nuevo de tapas de cuero, me habría hundido moralmente. Revelo en este momento que no estaba yo saliendo de casa, como imagina el lector, sino levantándome de tomar el aperitivo en la cafetería Bermúdez, y que la escena tenía lugar delante de no menos de veinticinco personas, de las cuales un treinta por ciento ya se giraban para ver qué me pasaba. Sonó un crac. Y luego un ras. Era la gabardina, que se quejaba de mis intentos por hacer que las cosas fueran como no iban a ser. Me senté. Como hizo Jose Luis López Vázquez en La Cabina. Como hizo esa señora a la que rescataron al cabo de siete días del ascensor de su casa. Más ruidos. Esta vez un clac, seguido de un intenso dolor. Era la muñeca, que se había dislocado, o roto. Lo noté porque el conjunto perdió su sólida ligazón, de manera que la mano colgaba flácida con el cuaderno en el extremo. Una persona de cierta edad sugirió que cortásemos la manga para facilitar la solución al embarazo, pero le dije que si se acercaba con unas tijeras le iba a cortar yo a ella otra cosa. Y no insistió. Así que me llevaron a la Casa de Socorro, donde una enfermera provista de ungüentos y aceites fue engrasando las partes atascadas, y tirando un poco de aquí y otro poco de allí, en tres cuartos de hora liberó a las partes humanas de las partes textiles y a éstas de aquellas, sin más daño que el de la muñeca, que también curó con un yeso la mar de mono.

Podía haber soltado el cuaderno, es verdad, pero en una situación así te agobias y hay soluciones que pasas por alto. Pero es la última vez que me pasa.

2 comentarios:

Sofia dijo...

¡Ja,ja,ja, superdivertido!

Blanca dijo...

Menos mal que no dices nada de un uñero en la misma mano!