lunes, 25 de enero de 2010

la charla del jueves

Justo antes de dar la bendición con la que uno puede irse en paz y pasar un domingo estupendo, el cura dió la palabra a una joven que venía a dar un aviso: que iban a tener lugar en la parroquia unas charlas los martes y los jueves. Como no dijo otra cosa, yo entendí que todos los martes y los jueves. Hasta el fin de los tiempos, allá por 2012.

Dicho el día y la hora, faltaba por decir el tema. Y aquí derrapó. Empezó diciendo que su vida era muy triste antes de conocer a Jesús. Y a juzgar por lo que dijo, la verdad es que sí, que era como para estar triste, triste. Que no encontraba sentido a las cosas, que vivía en un mundo materialista, que pasaba de una relación a otra como quien se cambia de sitio en el metro, que se sentía poco valorada en su trabajo, que pensaba que nadie la quería... Vamos, una auténtica porquería de vida.

Pero oye, fue conocer a Jesús y ver la luz. Todo tenía sentido, hasta levantarse a la mañana para ir a trabajar en invierno cuando es de noche. Se desprendió de sus riquezas y las repartió entre los necesitados de su escalera. Encontró una novia con la que empezó a compartirlo todo y que se convirtió en el amor de su vida, con la que tuvo dos hijas preciosas que sacaban unas notas estupendas y tocaban la viola de gamba y la flauta travesera, y bla, bla.

La gente empezaba a removerse en el asiento, y corría un run - run fragoroso que, al parecer, no llegaba hasta sus oídos. También empezaba a escuchar a mi alrededor algunos comentarios del estilo venga, guapa, que se enfrían las rabas, u otros más ofensivos del estilo de de dónde han sacado a esta marciana.

El caso es que el cura empezó a toser delante del micro y ella debió ver las señas que le hacían desde el fondo de la Iglesia unos señores vestidos de blanco que parecían acompañarla. Se dió cuenta de que en veinte minutos ya había dado la charla del martes y nos citó a todos directamente para el jueves.

Estoy que no vivo contando las horas que faltan.

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