viernes, 22 de enero de 2010

low cost (3)

El culo del viajero low cost es de una dureza superior a la que marcan los estándares europeos de calidad. Porque los aeropuertos Ryanair son con frecuencia poco más que una marquesina, y hay que sentarse en el suelo a esperar, con un bocadillo de jamón serrano hecho con pan de anteayer, de los que venden en el puestillo. Los asientos del avión, esos estrechos de color amarillo y azul, tampoco ofrecen ningún alivio a los esfínteres irritados.

Y una vez te sientas empieza el mercado persa. El sobrecargo te ofrece una amplia selección de productos de perfumería y cosmética, primero, una exclusiva selección de productos fríos y calientes, después, y así sucesivamente. A cada amplia selección de algo le sigue una exclusiva selección de otra cosa, todas ellas a unos precios interesantísimos. Te das cuenta de la insistencia cuando llevas media hora en el mismo párrafo de la novela sin poder pasar al siguiente.

Al sobrecargo nadie le hace ni caso, porque en el mismo instante en que suena el pin que avisa que ya puedes levantarte para ir al baño, y entre el estrépito del papel aluminio y la bolsa de plástico, cada español se saca su bocadillo de tortilla de patata con pimientos y cada irlandés su sandwich de crema de cacahuete con pepinillos. Unos el tinto y otros la Guinness. En uno de los viajes, unos de Lleida sacaron un perolo de cargols a la llauna, que iban pasando de fila en fila, con tostadas de pan con tomate. Queda todo perdido de restos de comida, porque, como ya comenté, este tipo de aeronaves de baja estofa transitan por corredores aéreos de ínfima categoría, plagados de aves que se suicidan contra las alas y de ciclones-del-caribe y anticiclones-de-las-azores, que convierten el Dragon Kan ese de Salou en una mariconada de tres al cuarto.

Y si viajas mucho con Ryanair acabas convertido en un ciudadano low cost, que añora los menús del día de mil pelas cuando ve uno de nueve euros, que se cuela en las catedrales camuflado en un grupo de japoneses, que desayuna en gasolineras por uno noventa el café y la napolitana y que hace del Hotel IBIS el Ritz del siglo XXI

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