domingo, 3 de enero de 2010

peladillas, al fín



Era una pastelería tan popular en la localidad que habia que proveerse de un número en la entrada, igual que en la pescadería del Eroski. Y la cola era tan larga que el mostrador estaba lleno de pastelitos y turrones para entretener la espera de la respetable clientela. Dado que iban por el 27 y yo tenía el 88, me dediqué a probar, una tras otra, cada una de esas joyas de la gastronomía ampurdanesa. Y entre bocado y bocado, daba un tiento al porrón de garnatxa que había en una esquina, junto a la caja registradora.

Por supuesto, cuando me quise dar cuenta iban por el 91, así que debí tomar nuevamente un número, esta vez el 132.

Tampoco esta segunda vez estuvo mal la espera, porque en ese momento, y viendo que la gente acumulada superaba con creces el aforo del local, los amables dependientes sustituyeron los platos vacíos por otros mucho más acordes con la hora (la una del mediodía por entonces), repletos de canapés de salmón, de queso gruyére y de atún y anchoas con caviar. Fui probando y comprobando, entre pincho y pincho, que la garnatxa maridaba igual de bien con lo salado que lo había hecho anteriormente con lo dulce.

- ¿no tendrá usted que conducir, verdad?, me dijo un amable payés que, por lo visto, llevaba un rato observando mi comportamiento.

La garnatxa ingerida había inhibido todas mis vergüenzas, que son muchas, y le dije, aunque no era verdad, que no intentara distraer la atención, que había sido él quien se había acabado el plato de chicharrones y que no estaba bien hablar con la boca llena (esto sí era verdad, porque el señor era amable en las formas, pero fino, no).

Una señora que me había visto el número me avisó, y cuando me tocó el turno no me acordaba de por qué estaba allí, así que dí las gracias y me marché, del brazo de una amable señorita que acompañaba a todos los clientes y clientas de maneras distraídas, como yo, hasta el casal del jubilado, bajo las arcadas del ayuntamiento, a tomar un espresso bien cargado, que ya estaba esperándome en la mesa.

A los postres, cuando dijeron que sacara el bisbalenc, inventé una disculpa que ya he olvidado. Y el vacío que quedó en la mesa lo llenamos de peladillas de colores de esas que nunca se come nadie.

1 comentario:

Blanca dijo...

Fotos como esta no; ¡Por Dios!!! Que hoy empiezo, al menos por dos días (hasta el roscón) el plan de saneamiento digestivo. Pero claro, una es debil, o sabia ¡¿Qué sé yo?! Y ante semejante deleite para los sentidos, se me va al carajo el plan.

Y sobre las peladillas, la verdad es que son decorativas, y duraderas. ¡Hombre! a falta del bisbalenc, podías haber cantado alguna bisbalada. Mira, ahí, te he visto un poco pobre de reflejos.