viernes, 15 de enero de 2010

sesos

- Brian, ¿has vuelto a comprar sesos para cenar? ¿no sabes que me dan ardor?

- No, Maggie, he traido pastel de ruibarbo, como me has pedido.


- ¿Y qué hay entonces en esta bolsa de plástico que pone "crematorio de Vargas"?


- ¿...?


A Margaret Finnan, de Alburquerque (EE.UU.), le enviaron las cenizas de su madre muerta en un cofre precioso de marfil, junto con el cerebro de la finada metido en una bolsa de plástico.

Al parecer, el operario había tenido una despedida de soltero el día anterior a la cremación, y toda la mañana fue un despropósito tras otro. Después de la trepanación fue a tomar el almuerzo con el capellán, como hacía cada día, y lo dejó todo a medias. Cuando volvió no sabía qué hacía allí el cerebro, y lo puso en una bolsa de plástico de esas de diseño de las que se usaban para entregar las cenizas de forma elegante. Y lo puso todo en el carrito del reparto.

Solo cuando se le pasó la resaca tomó conciencia del error. Pero ya era demasiado tarde. Y los Finnan ya estaban en la oficina pidiendo explicaciones.

Le despidieron y ahora trabaja en la carnicería de la esquina. Hace unos filetes estupendos. Pero yo nunca le pido sesos.

Porque se pone agresivo.