domingo, 10 de enero de 2010

chinos

Un día me mezclé con un grupo de orientales para visitar una catedral occidental. Una que ya conocía, para que el idioma no constituyera una barrera insalvable. Lo hice para ver cómo se siente uno al formar parte de una potencia emergente, porque yo estaba convencido de que eran chinos (por el acento, tan diferente del de sus vecinos coreanos).

La acogida fue excepcional. Sólo hay que ver cómo me miraban, con esa sonrisa que acaba formando un redondel con los ojos. A la tercera vuelta a la iglesia me sentía totalmente integrado, y me había hecho fotos con todos, con el fondo del coro, de unos enterramientos medievales y hasta del sagrario, donde la guía les explicó que los cristianos guardan trozos del cuerpo del fundador de su religión, a lo que los chinos respondieron con un ooooooh perfectamente coordinado, que parecía mentira que solo llevaran tres días dando vueltas por Europa.

Y a la cuarta vuelta ya chapurreaba unas palabras en su idioma, como "no me pises", "sepárate un poco", o "quítame el codo de ahí jolín". De tanto oirlas era.

Pero en el quinto giro noté ya un cierto bajón, y me aparté, no sin esfuerzo, junto cuando ellos y ellas (más ellas que ellos) estaban en el cénit de la visita y trotaban alegres detrás de la guía de la banderita azul turquesa. Al menos entendí que con ese fondo físico la tierra será suya en un par de años.

2 comentarios:

Sofia dijo...

Los chinos se han ganado la fama de trabajadores, disciplinados, respetuosos y turistas incansables.

urre dijo...

Sí, eso decía yo y un día lo comenté en alto:
" que de los mil millones de chinos el único que no hacía los deberes estuviera en mi clase, ya era casualidad". El interfecto puso una sonrisa como la que ha descrito Pedro y los demás se partían la caja. Adivina adivinanza... ¿Quién era?