lunes, 4 de enero de 2010

el señorito que no era

Le dijo que recordara todas las normas de urbanidad que le había enseñado, y que, además, intentara llevarlas a la práctica, porque le habían dicho que en esa casa eran muy finos. Por encima de todo, que no se limpiara los mocos con la servilleta.

Les tocó compartir mesa con una estonia, un paraguayo, un colombiano y tres catalanes, dos de la Garrotxa y el tercero del Pla de l´Estany. Uno de los catalanes, al que llamaremos Papá Nöel por su parecido con Santa Claus, permanecía sentado a la mesa con el gorro puesto, además del chaquetón de hule, en pasiva espera. El chaval, recordando la admonición de su padre, le preguntó si no pensaba quitárselo, el gorro.

- y tú, ¿te vas a quitar las gafas?, contestó.

Miró al progenitor, pero éste le reconvino con la mirada.

Comieron sopa de macarrones aplastados (de tanto hervirlos habían perdido su característica forma cilíndrica) procurando no poner caras, hasta que Papá Nöel decidió ventilarse los posos sorbiendo directamente del plato, ejemplo que siguió el paraguayo, primero, y la estonia, después. Esta última con cierta sonoridad, la cual amplificaba el otro catalán, el de Banyoles, haciendo con la boca sonidos onomatopéyicos:

- schluurps.

Los ojos del crío salían de sus órbitas para volver a entrar después, como en los cómics.

El arroz colombiano que siguió al entrante era el plato central. Lamentablemente, no pasaba de ser un engrudo anaranjado que engullieron dedicando a su autor delicadas sonrisas de agradecimiento, con comentarios que ponderaban las bondades de la cocina tradicional de los hermanos de América Latina, mientras imaginaban el efecto devastador que el cereal iba a hacer sobre el tramo final del tracto intestinal, y se les hacía eterno pensar en el día que volverían a tener que ir al baño.

Pusieron platos de postre por poner, porque el pastel lo comieron con los dedos. Y llegaron como pudieron al café, que Papá Nöel completó con un chorro generoso de ginebra, que quedó vedado al resto de comensales, porque no dejó ni gota.

Cuando volvían a casa el muchacho preguntó que por qué, si eran todos unos guarros, el había tenido que portarse como el señorito que no era. Y su padre se calló, como era su obligación. Porque los silencios expresan muchas cosas. Los mismos silencios que cuando en la tele salen Rajoy poniéndose faltón, o Belén Esteban gritando aunque lleve micrófono.

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