martes, 19 de enero de 2010

Y tu, ¿no tienes una historia de gatos muertos?

Eramos un poco pesados. Venga a pedir una mascota para tener en casa. Nos daba igual un gato que una rata de agua para meter en la bañera. Al final mi madre cedió (eramos cuatro pelmazos con la matraca a todas horas) y nos compro un hamster de color marrón, que era un bicharraco que estaba de moda en aquellos tiempos, y además nos lo dejaban por dos duros en la tienda. A ella le daba bastante asco, porque, al fin y al cabo, no dejaba de ser un ratón, aunque algo mas sofisticado y sin rabo.

Recuerdo que un día me lo lleve al colegio metido en el bolsillo. Llevaba una sudadera de esas que tiene un bolsillo delantero grande con doble entrada, y allí andaba Gus, que así se llamaba el elemento, sacando la cabeza ahora por la derecha, ahora por la izquierda, con el consiguiente regocijo de los compañeros y el subsiguiente mosqueo de Don Francisco. A cuarta hora ya no aguantaba mas el pobrecito y se hizo caquitas encima. Bueno, en el bolsillo de la sudadera. Y yo anduve con la mierda a cuestas hasta las cinco, hora en que llegue a casa. Este incidente no ayudo en nada a que mi madre le fuera cogiendo cariño al animal.

Un día desapareció. Como vivíamos en una casa antigua en una época en que ni los colectores ni la ría eran lo que son ahora, pensábamos que se había fugado con una rata callejera. Hasta que al cabo de un mes, un olor sospechoso a la hora de freír unos huevos con chistorra nos hizo temer lo peor. Y lo peor era que cuando levantamos la chapa del eléctrico hallamos el cadáver de la criatura, carbonizado y en avanzado estado de descomposición.

Al practicarle la autopsia descubrimos que había llegado cadáver al fuego, al haberse rajado el vientre con el cuchillo de cortar pan. Eso nos reconforto un poco, al ver que no había sufrido una muerte como la de las brujas en la Inquisición.

Eso si, mi madre se plantó y no hubo mas bichos en casa.

Y tu, ¿no tienes una historia de gatos muertos?

2 comentarios:

Blanca dijo...

De gatos vivos, más bien; lo que implica poco mérito, ya que los mininos, perece ser, tienen siete vidas.
Sé de alguien, a quien cierto gato callejero, lleno de calvas -algún tipo de alopecia extraña padecía el animal- le tenía hasta ahí, ya que cada vez que abria la puerta de casa, se le colaba el animal y no había quien encontrara su escondite.
Después de pensarlo mucho, y echando mano de la excusa "también, para vivir así..." le puso un cebo con matarratas y claro, como los enemigos de mis enemigos son mis amigos..., y gatos y ratas nunca se ha llevado bien..., pues en vez de morirse, se puso todo lustroso y sus calvas se poblaron de un pelo que contrasataba con el del resto del cuerpo, como si el mismísimo Rupert le hubiera aplicado unas mechas.

Así que la historia acbó como no podía ser de otra manera: con uno más en la familia.

Sofia dijo...

Yo también pedí de pequeña una mascota y lo único que me dejaron coger era un ratón de esos blancos de laboratorio. Con sus ojos rojos ciegos y con su naricilla llena de pelos para detectar por dónde iba.
También a mi madre le daba asco, pero él vivía muy feliz en una jaulita siempre encima de una silla, por si se escapaba de la jaula; que a veces lo hacía (nunca supe por dónde), pero de la silla jamás saltaba: sus pelillos de la nariz le decían que el suelo estaba lejos y que no había que arriesgarse y lanzarse al vacio.

Jamás lo llevé a clase, yo respetaba su habitat, como mucho un rato de libertad condicionada por el cuarto de baño u otra habitación donde no podía esconderse de mis ojos.

Fui muy feliz con él, ignoro si él lo fue conmigo, hasta que se puso enfermo, dejó de comer y se murió en unas semanas. ¡Vaya disgustazo que me lleve!, lo encontré frito, patas arriba dentro de la jaula un día.

No hubo ninguna mascota más en casa de mis padres.

Ahora en mi casa tengo un perro de 22 kilos desde hace 5 años. Pero eso ya es otra historia.