jueves, 9 de julio de 2009

Valencia



Vine a Valencia a dar y recibí:

Uno, un viaje delicioso en un avión de juguete. Eso si, el vecino de asiento, un pesado, que me daba patadas y me pedía perdón. Patada, perdón. Patada, perdón. Hasta que le dije que yo le perdonaba lo que hiciera falta, pero casi mejor si se sentaba ahí atrás, que había un asiento libre. Agradeció la franqueza, y mi pierna, el desahogo.

Dos, una visita gratis a un laberinto como esos de los cristales de los parques de atracciones: dormía en la 208 del piso dos del pabellón B del ala oeste, trabajaba en el aula 5 del sector 2 y comía en la sala que estaba al final de la galería 1 del pabellón A del ala norte, donde ponía "comedor". Me lo pasé muy bien jugando con mis amigos.

Tres, un gin tonic en la Ciudad de las Artes y de las Ciencias dialogando con el joven que me la sirvió sobre el perfil que le habían exigido en el momento de la contratación, y sobre con qué indicadores evaluaban su desempeño profesional, de lo cual tomé nota, porque era el tema del curso.

Cuatro, los abrazos y el reconocimiento de muchos amigos y de muchas amigas, algunos viejos (viejos amigos, quiero decir), y otros de hoy, que me devuelven multiplicado el cariño que puse en cada palabra.

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