viernes, 3 de julio de 2009

El rana

Cuando Judit se empezaba a quitar la ropa, enfebrecida en mitad de la verbena, sus amigas le hacían de pantalla, y con más o menos suerte, la convencían para irse a tomar algo o a dar una vuelta. A Judit le habitaban unos demonios asquerosos desde que nació, que no le dejaban ser feliz al modo que lo eran las demás personas. Los psiquiatras lo llamaban sindrome de no se qué. Vivía con sus abuelos, porque su madre hacía tiempo que había huido del infierno y su padre andaba borracho por el pueblo desde las ocho de la mañana. Al rana lo querían todos al modo que muchos que se creen perfectos quieren a los borrachos, como parte del paisaje.

El rana alardeaba de nadar de puta madre, y de que era capaz de atravesar el Ostión de un lado a otro. Todo el mundo le creía, del modo en que los que se creen perfectos creen a los borrachos, como para que no se alteren.

El otro día sacaron su cadáver del lago. Dicen que trató de cumplir su reto, y que fracasó. Dios se encargará de enmendar la historia, si es verdad lo de la resurrección. De momento, cuando se presente delante de él, el rana volverá a ser Eduardo. Y habrá fiesta grande porque, si es verdad lo de Jesús, a Dios le apasiona estar con gente como él.

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