miércoles, 29 de julio de 2009

Acompañar


El 26 de julio se levantó tosiendo y escupiendo sangre, como cada mañana a las cinco. Echó un poco más de agua en los posos del café del día anterior y mientras removía esperó mirando por la ventana, desde la que veía empezar a hervir la Rambla del Raval. Vivía con Asunción y con sus tres hijos en una habitación alquilada en la calle Vistalegre. Hacia tres años que salieron de Baena para encontrar futuro en la ciudad de las fábricas.

Las sirenas llamaron al tajo a las seis. Pero ese día no le hizo caso. Ni él ni muchos otros, con los que se dirigió al Colegio de los Maristas. Lo quemaron. Fue el primero de casi ochenta conventos, iglesias y escuelas religiosas que cayeron bajo su ira en la Setmana Trágica de Barcelona, en 1909.

Fue la respuesta de la desesperación, con la que hicieron frente a la decisión del Gobierno de Maura de movilizar a 40.000 reservistas para hacer frente a los cabileños en la guerra del Rif. Una más, en la que los pobres eran llamados a defender los intereses de los ricos.

Y lo pagó la Iglesia, por su obstinado empeño en hacer frente a todos los movimientos sociales que sacaban a Dios del centro del mundo. Los rebeldes veían en la enseñanza, que estaba en manos de los curas, el pilar que sostenía la injusticia permanente.

Cien años después, veinte Iglesias de Barcelona han amanecido con pintadas: "La única iglesia que ilumina es la iglesia que arde" , "Lucha continúa" o "Ni Dios ni capital".

A lo mejor todo es cuestión de medida. De haber dictado mucho más que acompañado.

Y así nos va.

3 comentarios:

Blanca dijo...

Así ha sido, tristemente, en más de una ocasión. aL iglesia y los vencedores (que son cuatro, ya que en las guerras, los de a pie, siempre acaban perdiendo), por desgracia, han solido ir de la mano.
Y cuando no se trataba de guerras, sino de vivir “según la voluntad de Dios”, nos ha complicado la vida con normas absurdas, viendo pecado en cada esquina que se doblara. Quizá no lo pensaban, pero esa puñetera tendencia a considerar al creyente de base, menor de edad, les ha llevado a tantos “eso no se dice…, eso no se hace…, eso no se toca…”, que más bien parecía la canción de Serrat, en vez de “ley divina”. Un poco, como las madres agobiadas, por si acaso, mejor que no. “A lo mejor por eso la Iglesia es y ha sido siempre madre.”
Pero, siempre ha habido otra iglesia, que tristemente no se ha fotografiado en exceso en los libros que cuentan la historia: Se llaman Maribel.., y Chancha…, y Ellakuría…, y… Son muchos y muchas, pero no se han esforzado en exceso en salir en la foto. Estos sí han acompañado y acompañan, ¿Los otros? Más que la mano en el hombro, la han puesto al cuello. Bueno, ellos sabrán, cuál fue su intención y qué responsabilidad han tenido en su mal hacer. Entre tanto, para alguno que todavía queda ¿Qué tal si dejamos de j….?????
Buen día!!

Sofia dijo...

Si, si la idea de la madre iglesia está muy bien en el significado, ¿pero cómo pueden llevarla adelante, en su parte más representativa una colección de hombres y ninguna mujer?. Al menos desde mi visión actual de familia, aún no veo que el papel de madre y padre sea el mismo, los matices diferenciadores son importantes. Y si es difícil asumir cada papel siendo lo que corresponde ser, ¿cómo va a hacer bien un padre pretendiendo ser madre, aunque la buena voluntad se le suponga?.

La frase de "la única iglesia que ilumina es la iglesia que arde", aunque va dicha con muy mala milk, tiene parte de razón: debe estar viva, palpitando, chisporroteando, yendo por delante con la prudencia necesaria.

Ser freno, anacrónica, sujeta a normas que no vibran en el corazón y en la cercanía de los más pobres, así no conseguiremos que se viva como padre ni como madre para el creyente más necesitado. Se puede ver como la señorita Rotenmeyer, que ni siquiera servía como institutriz para una Heidi huérfana.
La firmeza y la tradición son valores importantes, pero no están por encima de la cercanía, la ternura, la justicia, la caridad y la búsqueda de la verdad de Jesús. Y donde cada uno pone la parte de carisma que posee al pertenecer a ella.

Blanca dijo...

¡Olé mi niña!; Sofía