domingo, 5 de julio de 2009

Trafalgar

El 22 de octubre de 1805 la playa de los Caños de Meca, frente al cabo Trafalgar, se llenó de cadáveres de los hombres que murieron en una de las batallas navales más terribles de la historia.

El final de la novela Cabo Trafalgar es espectacular. Cuenta Pérez Reverte que cuando Nicolás Marrajo, hijo de madre poco clara, contrabandista, rufián y buscavidas, escoria de las Españas, aullando perroshijosdelagrandisimaputa, con la rojigualda remetida en la faja, trepó hasta la cofa del último barco de la armada española que permanecía a flote para desplegar la bandera, oyó el clamor de los enemigos ingleses que vitoreaban su valentía.

Ese arenal de Barbate tiene querencia a la muerte. Esta misma semana se volvió a llenar de cadáveres. Estos eran de subsaharianos que venían en patera. Y no hay aclamación que valga para su resistencia frente al hambre y la falta de futuro, ni frente a su esperanza contra toda esperanza. Sólo sirenas y lanzadestellos.




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