En la frutería departían la frutera y la pescadera, ociosas ambas ante la falta de clientes del sábado por la mañana. Uno de esos locales con una entrada y dos despachos, que si los ve Sanidad se les cae el pelo por mezclar las nécoras con los plátanos.
- Buenos días, buen hombre.
Nunca nadie me había llamado bueno así, a la cara, así que me sobresalté.
- Y usted por qué piensa que soy bueno.
- Por tres razones, caballero. Porque ha saludado cortesmente, porque se ha descubierto al entrar y porque sus ojeras revelan claramente que tiene al menos tres hijos, alguno en edad difícil, aunque dificil no es la edad, sino vivir con esa edad dando gusto a todo el mundo. Hijos que le quitan a usted horas de sueño o lo matan a desvelos.
Iba a preguntarle en qué Universidad de los Estados Unidos había obtenido el doctorado en psicología, pero, antes de abrir la boca, el olor a pescado me trajo la respuesta, que detrás de un mostrador se aprende todo lo que es necesario para vivir cabalmente.
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