viernes, 21 de mayo de 2010

agosto en Zaragoza

En agosto en Zaragoza hace mucho calor. Mucho. El día que juré derramar por España hasta la última gota de mi sangre, siempre que España lo necesitara, claro está, que gracias a Dios aún no lo ha necesitado, y que espero que no lo necesite nunca, porque si feo está jurar, más feo está incumplir los juramentos, era el más caluroso del verano. En la explanada de San Gregorio estábamos, a la una de la tarde, a 39 grados. Todos de calor. Vestíamos el uniforme de bonito, con camisa de manga larga, corbata y chaqueta, y pantalón largo también. Y todos los correajes haciendo tilin tilin cuando desfilábamos. Las gotas de sudor bajaban lento por la cara hasta el cuello y se remetían por dentro de la ropa sin que pudiéramos hacer nada para quitarlas de ahí, en posición de firmes o de descanso, que cansa lo mismo la una que la otra. Pellicena cayó redondo en mitad de la formación, con gran estrépito de cinchas y de fusil, justo cuando tocaba presentar armas, en el momento de la consagración, para rendir honores al Santísimo. Como Dios y España jugaban en el mismo equipo, las juras de bandera iban con misa, y el soldado español, católico por cojones, le enseñaba el cetme al carpintero de Nazaret, por si no había visto nunca uno.

Pero se acabó. En 2010 España ya no obligará a ningún militar a salir en procesión en Semana Santa, ni habrá misas de campaña en los actos oficiales, ni se harán funerales católicos por héroes de la patria musulmanes.

Ya solo falta que en Zaragoza haga menos calor, pero con esto del cambio climático, todo se andará.

2 comentarios:

Sofia dijo...

Yo sé de uno que vivió el otro extremo, consistió en hacer la mili en Badajoz, en pleno invierno.

Cultivó en ambas orejas sabañones tamaño tubérculo, que además sangraban para más inri. De natural, sus orejas eran de talla considerable, así que anidaron bien y se criaron como terneros en años de bonanza.

Todo por pernoctar en pabellones tipo hangar, con prendas militares sólo válidas para calentar a autóctonos extremeños, que eran los únicos que se libraban de los dichosos granos en los apéndices auriculares.

Cuando llegó a Bilbao en el primer permiso, pensé que yo lo había enviado a hacerse un hombre y resulta que volvió transformado en troll.

Blanca dijo...

Uh! Uh! Uh...! Historias de la p... mili...
¡Qué mayores nos estamos haciendo...!

Pues en mi caso, la mili que viví de cerca...

Que no..., que to no cuento.