domingo, 20 de septiembre de 2009

orden

De vez en cuando reviso los bolsillos de las americanas. En la revisión de esta mañana he encontrado el portaminas que llevaba buscando desde antes del verano, tres trapitos para limpiar las gafas, un kleenex a medio uso, un lapiz del dos, dos monedas de cincuenta céntimos, una receta de Bisoltus sin usar, un billete de veinte euros, un termalgín, un plano del centro de Palma, un bonometro de Madrid con tres viajes sin usar y las tarjetas de embarque de Iberia de un Bilbao - Madrid - Bilbao del mes de abril.

No lo hago por poner orden en mi vida o en mis pertenencias (necesidades ambas, ahora que lo pienso, de carácter perentorio), sino urgido por alguna circunstancia. En esta ocasión era la de encontrar la pluma estilográfica, que, como habéis podido comprobar, no estaba entre los hallazgos.

Encontrar esas cosas es tan estimulante que luego empiezo con los cajones. Y ya no hay quien me pare. Me reencuentro con el que un día fuí al ver las gafas de hace seis años y ponérmelas y mirarme en el espejo. Y al ver las tarjetas de visita de cuando vendía seguros. Hago una nueva recopilación de pilas usadas y renuevo mi vieja decisión de no ponerme jamás los gemelos que nunca me puse y aprovecho para recordar con rencor a la persona que me los regaló, la cual sabía que jamás usaría semejante adminículo.

Y me olvido de la pluma, y de que es la hora de cenar.

Y en contraste con el desorden de mi ropero, el orden de mi cajón me devuelve la ilusión, absurda de verdad, de que tengo la vida igual de ordenada.

1 comentario:

Blanca dijo...

“_ Me pregunto, ¿qué ordenas tú cuando te pones a organizar el armario?
_ Pues…, la ropa…, los collares…, papeles varios…, le respondió ella.
_ No, (el psiquiatra la miró con una mezcla de curiosidad y dulzura); ¿Qué parte de tu cabeza, de tu alma…, intentas ordenar, cada vez que te enfrentas a tu armario.”

Este diálogo, -o algo así-, aparecía en una historia que leí hace años, y se me quedó gravado. Posiblemente, porque me vi reflejada en él.

¿Qué tendrá el ir organizando los cajones, las baldas, que le hace a uno quedarse tan bien? ¿Cuál será la causa de ese, difícil de explicar placer, que produce el ir llenando bolsas para tirar en los diferentes contenedores. Alguna explicación debe tener, cuando en mi caso, soy capaz de “enfrentarme”, una y otra vez, a la mirada recriminatoria, de uno que yo sé, a la par que sin entender nada me dice con cara de agotamiento:
- ¿No me digas que te has puesto a ordenar el armario? Pero… ¿No íbamos a salir?
Algo debe de tener, y posiblemente está relacionado con eso de “ordenar la cabeza y el alma”, y ésta debe de ser la causa, de que las mías, en ocasiones, anden tan “desbaratás”: por más que lo he intentado (son años ya), tengo un minúsculo habitáculo llamado trastero, que llevo veinte años, intentando organizar. ¡Y qué ilusión me hizo al comprar el piso, saber que iba a disponer de él!