martes, 15 de septiembre de 2009

el taxista asesino

- Acérqueme al Teatro Maria Guerrero, por favor, dije al taxista a través de la estructura de seguridad que nos separaba. Como era de esperar, con tanto plástico interpuesto, no me entendió lo que le dije, y tuve que repetirlo varias veces. Al final me contestó:

- Y eso dónde está.

- No lo sé, el taxista es usted.

Y enfiló el Paseo de las Delicias con una seguridad en si mismo que no tenía nada que ver con las dudas que expresaba.

Y luego oí que murmuraba:

- pues si no me dice dónde está no le voy a poder llevar.

- ¿y no puede preguntarlo por la radio?

- lo tenemos prohibido.

- ¿y no puede mirarlo en el plano ese amarillo que llevan todos los taxistas?

- menos yo.

- nos ha jodido, pues déjeme aquí mismo que ya me busco la vida.

Y entonces cogió la radio y consultó, y dijo:

- donde yo le había dicho.

Entendí que daba igual decir que no me había dicho nada, porque para entonces enfilaba recoletos a 150 por hora

Nos detuvo la policía y me escoltaron hasta el teatro, mientras al asesino confeso de su mujer, el asesino del taxista lo llamaban, lo llevaban directo a comisaria entre los flashes de los periodistas.

1 comentario:

Sofia dijo...

Estoy contigo en que el día de hoy es de situaciones especiales.

Cuando iba por Juan de Garay me he acordado de tu taxista, un señor de mediana edad y aspecto normal, afilaba un cuchillo con una piedra de afilar, lógicamente, al pie de una furgoneta y con la puerta de atrás abierta. Daba miedo la verdad, porque su mirada estaba perdida en el infinito mientras mientras duro y dale, le daba al afilado de un cuchillo de aspecto feroz.

Por otro lado, una madre de familia llevaba en el cochecito del niño, ni más ni menos que ¡al perro!. Un perro viejillo de barbas y bigotes blanquecinos, que posaba sus patitas delanteras, en la barra donde habrá visto al niño apoyar sus manitas tantas veces.

No sé si tendrá esto que ver con las témporas o los cambios de tiempo al entrar en otoño.