viernes, 11 de septiembre de 2009

666


Como había dormido con la cabeza en los pies de la cama para pillar una corriente de aire que le aliviara del sofoco tropical, leyó la fecha al revés: en lugar de 9-9-09, 6-6-6, el día de la bestia. Así que decidió hacer algo extraordinario para festejar la llegada de Satanás. Había que hablar con el Presidente de la República, porque alguna revelación divina le había puesto en antecedentes, a él, por su cara bonita, de las numerosas catástrofes que iban a adornar la llegada en gloria de su satánica majestad.

Y como para llegar al Presidente hay que hacer una cola del copón (no como con el alcalde de Bilbao) decidió llamar su atención secuestrando el avión que esa misma mañana lo llevaría hasta México DF.

Se bebió dos latas de coca cola, las llenó de tierra de los geranios de la terraza y puso alrededor unas lucecitas que pertenecían al árbol de Navidad y que, misteriosamente, permanecían encendidas sin estar enchufadas. Más que bombas parecían adornos del árbol, así que pensó que habría que multiplicar la agresividad gestual y de palabra.

Ensayó unos exabruptos y unos gestos delante del espejo, agarró el artefacto, la Biblia, secuestró el avión, cosa de la cual no se enteró ningún pasajero, se pasó el viaje paseando arriba y abajo por el pasillo leyendo el libro del Apocalípsis, y cuando aterrizó le cayeron encima todos estos policías que le explicaron amablemente que ese día el único bestia era él y que la factura de los helicópteros de caza que habían rodeado el avión la iba a pagar de su bolsillo. Uno le iba diciendo, además, que le iba a meter el artefacto por no sé dónde.

Hay que ser chorra pra ver en sueños las catástrofes que vienen y no ver despiertos las catástrofes que están.

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