sábado, 9 de mayo de 2009

Transferencia del conocimiento


Conviene que en las aulas de Educación Infantil los niños y las niñas tengan acceso permanente a materiales que permitan el desarrollo de actividades de investigación y manipulación. Esto lo dice la pedagogía más avanzada.

Conviene que en las explotaciones (de ganado) los animales dispongan de acceso permanente a materiales que permitan el desarrollo de actividades de investigación y manipulación. Esto lo dice la Directiva europea de bienestar animal.

A esto se llama, en el ámbito académico, transferencia del conocimiento. Lo que hacen un maestro y su novia veterinaria cuando van a cenar el viernes, después de beberse una botellita de Ribera del Duero.

Mi sospecha es que no estamos ante un caso de estos sino de los otros. Os cuento. Erik, funcionario austriaco de las comunidades europeas, lleva tres meses en Bruselas, en el Comisariado de Agricultura y Desarrollo Rural, a las órdenes de la danesa Mariann Fischer Boel. A Erik le encantan los animales. En su granja de las afueras de Linz tiene dos caballos, cinco perros, una pecera con peces tropicales, una jaula con periquitos (porque su abuelo, emigrante catalán, era socio del Espanyol), seis cobayas, un gato persa que vigila desde lo alto de la escalera, un terrario con hormigas rojas de Kenya y dos lemures. A Bruselas se ha traido un fox terrier y una serpiente. A esta para que vigile el apartamento.

A Erik le encargaron la revisión final de la Directiva de bienestar animal, antes citada. Dejo para otra digresión la investigación acerca de cómo se le ocurrió a alguien que un animal tiene que estar bien en una explotación. A mi modesto entender, eso ya supone provocar en el ganadero un cierto estupor: ¿pero esto no es una explotación? ¿En que quedamos? ¿Exploto al animal o lo entretengo? ¿O lo entretengo mientras lo exploto?

A Erik le pareció que el texto estaba redactado por uno de esos insensibles que piensan que los animales no son criaturas de Dios, sino excrecencias de su afán creador, y se puso a enmendarlo. Buscó en Google algo bonito y se encontró con el texto con el que he empezado. Era de una escuela maternal de un suburbio de Cracovia. Hizo un corta pega y se quedó tan pancho. Fue a dar de comer a la pitón y consideró terminada la tarea. Y como luego nadie revisó el texto, ahí quedó.

Las consecuencias del amor de Erik por los animales las empieza a pagar el Jaume, un payés de La Garriga al que le ha caído una multa por tener doce cerdos y solo diez comederos, sin que sirviera de nada decir que los pesebres estaban todo el día llenos hasta las cartolas, ni que se trata de animales destinados al engorde.

Y también el Quim, otro payés, este de Verges, en Girona, al que se le ha caído el pelo por tener la granja mal iluminada. Y al que tampoco sirvió de nada argumentar que él mismo se ocupa de leer el periódico a las vacas, para que estan no tengan que forzar la vista.

Pero la palma se la lleva Sebas Cornejo, de Fuentealvilla, en Albacete, que se enfrenta a una multa de 9000 euros porque en su granja los cerdos no disponen de juguetes. El pobre se defendió diciendo que no podía hablar con los puercos, y que a simple vista es imposible saber si se aburren o no. Que una vez les vió entretenidos con los airgam boys, pero que lo dejaron enseguida.

Qué queréis que os diga, por cómo estaba la butifarra que me acabo de comer, y por el desasosiego que me noto, el cerdo del que salió no había jugado al mus en su vida.

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