martes, 5 de mayo de 2009

el virus de los protocolos


Ahora que he salido del hospital he jurado no volver, que se pasa muy mal. Voy apuntando los síntomas que les conducen a otros hasta allá, y si me pasa algo de eso, consulto un catálogo de automedicación en internet y pido unas pastillas que me mandan a casa por mensajero.

A un tipo que tenía unas ronchas en la espalda lo aislaron tres días en la tercera planta porque una vez estuvo en México. Dijo que al anunciarle que, en aplicación del protocolo, tenía que quedarse 48 horas allí puso cara de "no me jodas", y que el médico no puso cara de nada pero le contestó que si quería que se fuera a casa, pero que se lo diría al juez, lo cual si que le iba a joder. Y bien.

A un amigo colombiano que tosió en el metro se lo llevaron esposado porque se resistía al de seguridad, que tenía apuntado en el protocolo que nadie podía ni toser, ni estornudar, ni sorberse los mocos, ni sacar un kleenex para limpiarse las gafas en el vagón o en el andén e irse de rositas, sobre todo si parecía mexicano.

Que no voy, que no. China y México han aplicado otro protocolo, y empiezan a intercambiarse enfermos como quien se intercambia prisioneros en aplicación de los convenios de Ginebra, con pilotos y azafatas que van con escafandra de buzo, y latas de anchoas y de mejillones con chili como todo catering, y que cada uno se abra la suya: los chinos para tí y los chicanos para mí, dicen, y avión va, avión viene, con todos los A/H N1N esparciéndose por la estratosfera. Y en una de estas resulta que estás en el pasillo equivocado del hospital y acabas en un avión camino del De-Efe o de Pekín.

Yo me quedo en casa, con internet y el jamón que no quieren los rusos. Y vino. Hasta que pase el virus de los protocolos.

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