jueves, 7 de mayo de 2009

Tengo una corazonada


La semilla la puso mi padre. Y el sirimiri de Bilbao y el olor a hierba y a puro de la Catedral (debuté en el 73, en un 2-0 contra el Oviedo, los dos goles de Antón Arieta). Y luego me creció en el corazón el cariño al Athletic Club. Y se quedó a vivir. Hasta el punto de que es el único afecto que no ha mudado desde que tengo uso de razón y hasta hoy. Mi compañera y mis hijos vinieron después, y ellos templaron, gracias a Dios, aquel espíritu encendido de la épica con la que se vivía todo desde el Fondo Sur de San Mamés.

Muchos intentaron apartarme. Y me dijeron que los futbolistas son todos unos mercenarios, y que se van al club que más les paga, y que no sienten la camiseta que sudan. También me dijeron que el fútbol es un negocio indecente, y que quienes llenamos los campos les hacemos el juego a cuatro niñatos malcriados y a sus representantes. Uno me atacó de cara, y me dijo que no puedo andar rajando contra la injusta distribución de la riqueza con una mano y alimentando la bestia con la otra.

No saben nada. Qué tendrá que ver el Athletic con el fútbol. El Athletic Club es tan Bilbao como la ría o como yo. Es más que sus futbolistas, mucho más que los chorizos que lo habitaren y que el pecado que lo poseyó.

Y sin embargo, aquellos augures hicieron mella. Y yo mismo puse tierra de por medio, como un drogadicto que se ve acabar, cuando empecé a sufrir más de la cuenta por culpa de infaustos domingos de derrotas en El Helmántico y el Carranza. Pobre infeliz. Ignoraba que la distancia no cura nada y solo aumenta la nostalgia. Nostalgia de noches de invierno en la General descubierta cantando "geuria da ta geuria" (nuestro es y nuestro) una y otra vez, hasta que se te mete dentro que el Athletic somos nosotros.

Al que empezó este cuento, a mi padre, la vida le ha dado poco ultimamente, la hijaputa. No le quedaba otra que devolverle el regalo grande de otra final de Copa. Ya la hemos ganado.

Y yo también tengo una corazonada, como Madrid.

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