martes, 12 de mayo de 2009

Malditos participios


Una vez, corrigiendo un examen de Filosofía, leí esta frase: "en la sociedad actual la precisión y la certeza no están muy procuradas". Al margen, y en rojo, como es preceptivo, advertí a la examinanda de lo sugerente de su apreciación, pero que yo diría que lo que sí están es estofadas. Sí, estofadas o cocidas al vapor. Cualquiera de las dos cosas le van bien a la precisión y a la certeza, siempre que las sirvas con ali - oli.

Me vino a la memoria mi hijo. Tiene severos problemas intestinales, de manera que sus idas y venidas al excusado constituyen uno de nuestros temas habituales de conversación. Al preguntarle un día por su deposición de las siete, me dijo que le había salido estrujada. Otro participio, pensé.

Y abrumado por la incompetencia de la juventud a la hora de usar los verbos, releí el capítulo de La elegancia del erizo (¿pero todavía no lo habéis leído?) en el que la portera del número 7 de la rue Grenelle (ver foto) se indigna por el uso que los ricos hacen de la coma, como si también el lenguaje fuera de su propiedad.

Y me sentí confortado. Damanificado in solidum. Como terapia, ella se iba a leer los prospectos de las medicinas, por la tregua que nace de esta precisión en el término técnico, que proporciona la ilusión del rigor y el estremecimiento de la sencillez, y convoca una dimensión espacio - temporal de la que están ausentes la tensión en pos de lo bello, el sufrimiento creador y la aspiración sin fin y sin esperanza a horizontes sublimes.

Como terapia, yo (que no llego al armario de las medicinas por aquello de que hay que mantenerlas fuera del alcance de los niños y soy más bien bajito), anoche me leí el manual de instrucciones del centro de planchado. Y me he hecho con el de la tostadora, el despertador, la impresora y el robot de cocina para afrontar la época de exámenes finales.

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