domingo, 4 de abril de 2010

Plan de vacaciones: de hospitales

Cuando se tiene tanta gente al cargo, sabido es que en vacaciones tocará pasar por urgencias de algún hospital, estés donde estés.

Allí estábamos, esperando el resultado de una radiografía, cuando apareció, silbando al fondo del pasillo, un celador tranquilo, una especie en extinción. Lo habían llamado para que se hiciera cargo de una cama, con enfermo, para trasladarlo hasta su habitación, y así reincorporlo a la rutina de cada tarde, el café con leche deslavado, las galletas y el yogur de la merienda.

Y como en los hospitales la gente se ha acostumbrado al trabajo fino, a las faenas de aliño, a que le bajen y le suban el paciente, a que le pongan y le quiten los guantes, a que hasta las manos, las propias, se las laven otros, alguien gritó desde dentro, al celador:

- bájame otro, rápido!

Y el celador, que está hasta las narices de tanto médico mandón, de tanto señorito que puebla el sistema público de salud, de tanto ordeno y mando, de tanto jefe y tan poco indio, contestó con cinco palabras, salidas, eso sí, del fondo del alma, sin rastro alguno de resentimiento, sereno, profundo, socarrón, catalán del Gironés, propio, dueño de la situación, y de la cama, y de todos los enfermos del hospital:

- no tengo uno rápido, tú.

Adiviné tras aquellas gafas de culo de vaso toda la sabuduría del mundo.

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