domingo, 28 de febrero de 2010

Nudos

Empecé a llevar corbata porque tomaba el vuelo de las 6:45 a Madrid, y los únicos que no la llevábamos éramos las azafatas y yo. Sin embargo, y como ellas llevaban al cuello un pañuelo hecho un floripondio, el raro solitario era yo, y nadie más que yo. Y estaba cansado de que me hicieran el vacío, los unos, y de que me preguntaran si me pasaba algo, las otras. Y estaba cansado también de que me ofrecieran una corbata de Spanair que llevaban a bordo, aunque solo fuera para el momento del despegue y para el del aterrizaje.

Luego está lo de mi impostura. Más que el botón descosido de la camisa, las corbatas contribuyen de manera decisiva a tapar los descosidos que le voy haciendo a la vida, y que procuro traer a este egunon. Que no es poco tapar.

2 comentarios:

Blanca dijo...

Y que a ud le sienta muy bien!!

Pero hay quienes, le tienen al complemento en cuestión una alergia tremenda, y en cuanto ven una corbata, sus cabezas elucubran y se hacen con una imagen interior de quien la lleva de pijo; quiero y no puedo; prepotente...

Y claro, como ellos no la llevan, por principios, pues ahí van enseñando sus rotos y descosidos vitales; y los demás viéndolos, que es lo malo.

Menos mal, que con las que se fabrican en Unquera, hay consenso ¡Algo es algo!

Sofia dijo...

A nadie le sienta mejor la corbata que al que la lleva sin obligación de hacerlo.

Qué tamaño de impostor habrá detrás del que lo tapa con la poca tela de una corbata....

El sutil mensaje de los pequeños pero no insignificantes detalles. ¿Acaso necesita más disfraz el que se pone una nariz roja de payaso?.