jueves, 11 de febrero de 2010

protección infantil (o estupidez)

Me ha venido como anillo al dedo la información de una de mis confidentes, porque se me estaban acabando los argumentos con los que me defiendo delante del trabajador social del Ayuntamiento de mi pueblo, cuando este me echa en cara mi responsabilidad, más bien mi irresponsabilidad, en el estado de desprotección en el que viven mis hijos.

La broncas empezaron pronto, cuando las mujeres del parque me miraban mal si no me levantaba como un resorte al ver a mi hija desparramada por el suelo y sangrando por la nariz. A mí los niños en los parques siempre me han parecido unos cuentistas, y lo primero que hacía al ver llorar a un hijo, mío o de otro, era seguir sentado, observar el tipo de llanto, cronometrar su duración, escuchar su timbre y su tono, y no intervenir si era posible arreglarse de otro modo.

Ahora han escrito un libro maravilloso en el que se invita a los padres y madres a enfrentar al niño con los problemas reales. Propone, en lugar de la sobreprotección al uso, entregarles a las fuerzas del mal para que experimenten por sí mismos el miedo, la soledad, el dolor físico y el sufrimiento, para que se hagan duros en lugar de blandos. Unos ejemplos: se propone que se den a los hijos unas pilas de bajo voltaje para que vean, al humedecerla con la lengua, cómo les pega una buena descarga; propone que se les deje participar sin escandalizarse en las batallas campales con piedras que se organicen en el patio de la escuela, ya que son muy útiles para educar la motricidad fina (el autor sugería que se hiciera con piedras, pero yo propongo que la batalla sea con boñigas de vaca, que son más blandas que las piedras y que no te matan si te dan en la sien, o con croquetas en el comedor de la escuela); en esta misma línea, no sé si propone, pero podría hacerlo, que se dejen al alcance de los niños los cuchillos de cocina recién afilados para que se peguen un buen tajo en el dedito, y así descubran la diferencia entre afilado y romo; y (ahora me animo yo a proponer) empujarles a lo bruto en el columpio del patio hasta que se les dé la vuelta y se peguen una leche que se les quiten las ganas de decir "¿me das?".

Siempre vendría después un imbécil de esos que dejan ver a sus hijos tres horas al día Disney Channel, o les dejan jugar tres horas a la pley, o estar tres horas colgado de un chat para decir que somos nosotros, los partidarios del mira, toca, córtate y aprende, los que maltratamos a los hijos.

1 comentario:

Blanca dijo...

Qué pena que nos dejara Gila. Te habría entendido a la perfección.

Los niños de mantequilla son odiosos, pero humildemente reconozco, que lo de calibrar la intensidad y tiempo del llanto sin levantarme del asiento... La verdad, eso nunca he podido hacer. Pero lo de: "pues ahora vas a llorar con motivo, acompañado de un chalo en el culo"...,muchas veces; y de traumas, nada -al menos por eso-