martes, 22 de diciembre de 2009

Guarros

El salón de Actos del Colegio de Abogados de Madrid estaba hasta la bandera cuando Francisco Javier Álvarez, catedrático de Derecho Penal de la Universidad Carlos III, dijo que la Constitución garantiza el derecho a ser un cerdo, en lo personal, pero que lo que no permite es ser un guarro en lo social, un guarro económico, o un guarro político.

A mi este pedazo de frase me parece, por lo menos, contundente. Y seguro que fue acogida con júbilo por quien va a estos actos por obligación:

- coño, lo de hoy va a estar entretenido, diría uno de ellos.

Y efectivamente así fue, fundamentalmente por lo ilustrativo de los ejemplos con que adornaba su exposición: "¿a quien le importa, se preguntaba, que el director de un medio de comunicación se excite ataviado con un corpiño mientras le orina una señora?".

Pues por mucho que el ejemplo provoque bastante asquito, yo creo que tiene razón. Tiene el alma del ser humano latino, que es el que yo conozco, un algo que se excita, cuando se habla de la vida privada de los demás. De los vecinos, de los compañeros de trabajo, de los famosos, de los que no son famosos pero suspiran por ser famosos... De todo se quiere saber, y una vez que se sabe, o que se cree que se sabe, pues se echa un juicio, o se despelleja un poco. Al vecino, a su amante, al jefe, que ese sí que da juego, con lo mal que lo hace todo, o a la madre que los echó a todos juntos. Con cuatro cosas que cuentan otras tantas personas, un par de fotos y tres minutos de tele se hace uno una verdad. Y en algunos contextos, como las degustaciones que hay frente a los colegios o las máquinas de café de las empresas, con ella vas al fin del mundo.

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