martes, 17 de noviembre de 2009

Rivera y Damas, arzobispo de San Salvador




Ignacio Martín- Baró, presente.
Amando López, presente.
Elba Ramos, presente.
Juan Ramón Moreno, presente.
Segundo Montes, presente.
Celina Ramos, presente.
Joaquín López y López, presente.
Ignacio Ellacuría, presente.


Visité El Salvador en 1993, apenas cuatro años más tarde de los asesinatos. Charlábamos despacio con Maria Julia Hernández, la responsable de Tutela Legal del Arzobispado de San Salvador, en su despacho de la capital, cuando entró Monseñor Rivera y Damas.

- ¿Cómo va todo, Maria Julia?

Recuerdo su apretón de manos como un encuentro con el más allá, que en Latinoamérica es el más acá más miserable. Por aquello de Jesús de hacer de los últimos los primeros en el orden de preferencias del Padre del Cielo.

Y esta noche del veinte aniversario, leyendo al padre Tojeira, provincial entonces de la Compañía de Jesús, me estremece otra vez su recuerdo de las palabras emocionadas de Rivera y Damas, de pie ante los cuerpos masacrados:

- "el mismo odio que asesinó a Monseñor Romero es el que asesinó a los Padres Jesuitas"

Unidos en la vida, unidos en la muerte. Segados por el mismo "odium fidei". Enterrados en la misma historia de dolor del pueblo salvadoreño y resucitando en El Salvador y en el mundo entero (Salvador Carranza, Mártires de la UCA, UCA Editores, San Salvador, 1990).


Un puerto no alejado de este mundo,
una ensenada que era el mundo entero,
recibiendo, pancósmicos, y siempre vivos,
a nuestros muertos.
Los asesinos dispararon contra el alma,
no contra su cuerpo.
Y el alma acribillada
se hace universal, es como un cielo
que acompaña envuelve y clarifica.
Vivos están aquellos que murieron.

1 comentario:

Sofia dijo...

Es verdad, les mataron y cada bala multiplicó por mil el mensaje; pero cuanto bien seguirían haciendo, si estuviesen vivos.