domingo, 22 de noviembre de 2009

el hombre que susurraba a los caballos

LLevaba varios días con el titulo de esa película en la punta de la lengua. Y no sabía la razón. Cosas del inconsciente, pensaba.

Pero no. Resulta que vivo en un barrio de esos en el que de cada dos vecinos uno tiene mascota. Normalmente, perro. Y hay algunos que tienen dos. O más. Una de las servidumbres que tiene ser propietario de estos seres es que los tienes que sacar a pasear entre las seis y las siete de la mañana, por alguna razón que se me escapa. Será que son animales madrugadores, o animales despertadores, o que todos los de mi barrio tienen el sueño alterado, u otros motivos que solo conoce la madre naturaleza.

Normalmente, los perros no ladran a esas horas. Y eso sí lo entiendo mejor, porque tampoco yo cuando me levanto estoy para discursos. Sin embargo, basta con que ladre uno para alterar el sueño de todo el vecindario de humanos. Y eso es lo que había taladrado mi sueño y mi conciencia. Eso y la "finura" con que la dueña le reconvenía.

Ayer tuve la oportunidad de verlos en directo. Una mujer delgada y desgarbada, con el chándal puesto encima del pijama y con unas deportivas blancas, sujetando con correas a dos perros, el parlanchín y otro. Al que ladraba le decía que se callara, pero con quien hablaba de verdad era con el otro, uno alargado y feo, que iba a su bola.

Hablaba con el can sin parar, con un volumen hiriente para las cinco de la tarde y directamente delictivo al amanecer:

- ¿cuántas veces te tengo que decir que no pases la carretera sin mirar?

- qué por ahí no se va, hombre, todas las mañanas el mismo rollo, ¿cómo te lo tengo que decir?

- ¿pero por qué haces eso? ¿es que no me entiendes cuando te hablo?

Es una imagen imborrable, la de la mujer del chándal hablando a gritos al amanecer con un perro alargado, y esperando de él, más que la obediencia, la respuesta, la conversación, el diálogo franco y sincero.

Era tanto el entusiasmo que estoy convencido de que el animal acabará contestando. Y hasta puedo imaginar qué.

1 comentario:

Sofia dijo...

Los que tenemos mascota, perra en este caso, tenemos claro que no es inútil hablar con el animal. Lo que voy a decir ya se ha dicho muchas veces, no descubro nada: "a los perros sólo les falta hablar" o "saben latín".
Es verdad que a veces les hablamos como si fueran a contestarnos y en el fondo esperas respuesta, la corporal o el cambio de actitud que intenta la señora del chandal.

Yo voy a hablar de mi pastora vasca que es la que más conozco. Le puedes soltar una perorata sobre algo que claramente no entiende, pero jamás encontrarás en alguien mayor intención de hacerlo que en sus gestos de levantar las orejas y girar la cabeza a izquierda y derecha para conseguir encontrar el concepto de lo que le dices. Si no hay nada que pillar, que ella entienda, se te acercará al final a moverte el rabo y a hacerte carantoñas, es su respuesta a lo que acaba de oír y que no ha procesado nada que ella pueda realizar distinto de eso.

Pero como en el mensaje vaya alguna palabra que ella entiende, observarás rápidamente que ha pillado la idea y allá va a llevarla adelante. O sin hablar nada. Que ve que te vistes, allá va detrás de ti hasta que le dices que ella no va contigo, que luego te saca otro. Ya la has perdido de sombra trasera y se va a acompañar al nombrado. Qué clara tiene la diferencia entre el vamos y el agur, éste último provoca su ausencia a acompañarte hasta la puerta y muy digna se queda fuera de tu vista.

Otras veces ella inicia el diálogo porque a la misma hora pide la chuche que le sueles dar, poniéndote la pata o la cabeza sobre el muslo.

Lo de que son irracionales, me permito dudarlo.

Lo que no entiendo es esa costumbre de sacarlos tan pronto, será más necesidad del dueño para irse a trabajar después, que necesidad del can. Salvo que la tarde anterior le hayas sacado a hacer sus "necedades" a las 6 de la tarde y entonces se entiende.
poca sensibilidad hacia los humanos presenta la señora al ir hablando a esas horas. Y al perro que ladra no le dice nada, porque esa batalla la tienes perdida si no le has enseñado en su momento, cuando es joven que no debe ladrar. Luego ya esas costumbres no se quitan. El adiestramiento, lo mismo que la educación en los niños hay que hacerlo mientras son pequeños, después esa batalla está prácticamente perdida.