jueves, 5 de noviembre de 2009

Del 48 al 23.

Había una vez un país en el que a los niños empollones les ponían chicle en el asiento de la escuela y los arrinconaban contra la pared cuando jugaban al palizón.

No solamente los niños eran unos miserables, también los gobiernos y las instituciones, de manera que cuando el niño empollón decidía dedicar su vida a la investigación científica e iba al ministerio, ya hecho un hombrecito, a pedir una beca, al funcionario que atendía se lo tenían que llevar las asistencias médicas, porque del ataque de risa que le daba se quedaba sin respiración.

El joven emigraba en busca de mejor suerte, y cuando la encontraba, se quedaba a vivir en el país de acogida, se casaba con una joven del lugar, tenía hijos e hijas que servían a la nueva patria, y hacía nuevos amigos, también científicos, como él.

Una vez, el joven rey de aquel país tuvo algo parecido a un insomnio. Como no podía dormir, salía a mirar por la ventana. Y no veía más que a merluzos, los mismos que arrinconaban a los empollones jugando al palizón, pero ya mayores. Le daba pena ver el erial en el que se iba convirtiendo el suelo patrio, y no podía dormir.

Convocó a sus consejeros y les dijo que había tomado una decisión. Bajaría el tipo del IRPF para los sueldos altos del 48% al 23% para aquellos científicos nacionales que había repartidos por el ancho mundo que quisieran retornar. Y si con ellos se traían a unos amiguetes del destierro, de los que enriquecen el mundo de las ciencias y de la cultura, pues estupendo. Su majestad premiaría su venida con las mismas ventajas fiscales. Los consejeros alabaron la sabiduría del rey, que con su medida consiguió enriquecer el país con mentes más preclaras del universo.

Pero uno de los consejeros era miembro a su vez del Consejo de Administración de un poderoso club de fútbol, y releyendo el bando real encontró en él un resquicio que debidamente explotado le reportaría pingües beneficios. Amparándose en que la medida era para favorecer la llegada de genios del mundo de las ciencias y de la cultura, y aprovechando que el fútbol era un fenómeno cultural, de la cultura llamada "de masas", más concretamente, fichó a lo más granado del balompié mundial, pagando sueldos seis o veinte veces más altos que los que se pagaban a los que luchaban contra el tumor cerebral y el cáncer de mama.

Los futbolistas se hacían de oro, el consejero también, porque cobraba unas estupendas comisiones por su gestión, y la Hacienda del Estado y los contribuyentes en general fueron viendo cómo al mirarse cada mañana en el espejo se les quedaba más cara de gilipollas.

Hasta que el rey de hartó y dijo que ya estaba bien de chorizos. Desterró al consejero, vetó la entrada de más futbolístas y les dijo a todos los que ya estaban que tenían cinco años para sacarse una carrera de ciencias e inventar una vacuna que sirviera para algo. Si no querian tener que devolver todo lo que habían ganado de más.

Amenazaron los muy brutos con ir a la huelga, pero antes de que lo hicieran, el rey les cortó la cabeza.

1 comentario:

Sofia dijo...

Un cuento divertido, si no fuera porque es la pura realidad; pero sin el final feliz.