martes, 23 de junio de 2009

Sefarad


Sefarad. Hace ocho años, leí nada más publicarse esta parábola de Muñoz Molina sobre las perversidades del siglo XX. Es una novela de novelas. Un libro para exiliados, mentales o físicos. Y de ella me acordé el sábado pasado, cuando leí en Babelia una entrevista con el escritor Jesús Pardo en la que decía que lo peor que se puede ser en este mundo es étnicamente puro.

Justo lo contrario de lo que pensaban algunos el siglo pasado. Y este. Lo pasaban tan mal pensando que su sangre se deterioraba por momentos con las mezclas y el mestizaje, que publicaron unas leyes (las Leyes de Nüremberg sobre pureza de raza, de 1936) para quitarse el mal rollo. Así solucionaban el incómodo problema de no saber exactamente quién era quien, y se sacaban de encima al impuro. Tanto celo puso el Estado en aliviar a los ciudadanos de esta molesta sensación, que custodiaba la sangre y el honor de cada uno, para que no se tuvieran que preocupar de nada.

Yo me siento mejor desde que sé, como dice Pardo, que nuestra sangre es un mix de cutrez judaica y oratoria árabe. Y me parece entender que Francisco Camps también se siente mejor, que desde que ganaron las europeas anda más desatado que Basagoiti, y ha resucitado la idea de educar para la ciudadanía española en lengua inglesa, y así, como los ingleses son un poco humor latino y otro poco eficacia germánica, de la misma mandamos a la mierda la pureza de razas y nos casamos todos con todos, hala!

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