jueves, 11 de junio de 2009

Nadie es tonto, menos yo, primera parte


Tardé veinte minutos en subir desde la planta baja de las consultas externas hasta la secretaría de la tercera planta, pediatría.

Me detuve delante del directorio que había a la entrada y observé un 6 así de gordo junto a la palabra pediatría general, así que deduje que pediatría general estaba en la sexta planta. Atravesé la puerta de cristal y me dirigí al ascensor. Dí al botón de llamada y me puse a esperar. El número luminoso indicaba un 2, luego un 3 y luego un 4, así que deduje que estaba subiendo. También lo dedujo Andoni, que me acompañaba. Así que vosotros, si estáis atentos a esta historia, ya habréis deducido que tendrá problemas de lo que sea, de intestinos o de colon irritable, pero tonto, tonto, no es.

Empezó una bonita discusión entre los dos.

- Claro, está subiendo porque le has dado al botón de subida, me dice, y le da al botón de bajada.

Le empecé a explicar que había dado a ese botón porque lo que quería era subir, y tal y tal, pero esa parte del razonamiento la tiene Andoni muy estrecha y este argumento no pasaba, así que se me dispersó la idea y me fijé en que estábamos compartiendo espera con una doctora embarazada. Esto no viene a cuento, pero lo explico porque siempre es mejor que esperar con Gadafi.

Ya habían transcurrido un par de minutos y seguía en el 4. Así que decidí subir andando. Y que el lastre, digo Andoni, hiciera lo mismo, pese a sus protestas. A la altura del primero, nos dimos de bruces con un ascensor, así que, como por inercia, pulsé el botón de llamada. Esta vez era un solo botón redondo, así que no discutimos. La puerta se abrió. Dentro había seis seres humanos con bastante mal aspecto.

- ¿sube?, pregunté.

- si dejan ustedes de joder con las paraditas..., contestó uno desde el fondo.

Vaya ambiente, pensé. Pero tenían razón, porque joder, había jodido bastante, ya que con cada paradita había que pulsar nuevamente todos los botones. Y así lo hicimos. 3º, 4º, 5º y 6º, hala!. Pero el ascensor, como había otro jodiendo más abajo, bajó una planta, la única que separa el primer piso de la planta baja, precisamente. Y vuelta a empezar. Tres personas más subieron al ascensor, una de ellas de extraordinario volumen y otra gordita, sin más. Esta vez el ascensor no bajó un piso sino diez o doce centímetros, con la puerta abierta y todo.

- ¿qué pasa? ¿a estos no les decís nada, o que?, dije en voz alta, para expresar mi disconformidad con la diferencia de trato.

Volvimos a pulsar todos los botones, y el ascensor reaccionó de la misma manera que si hubiéramos cantado a dos voces la salve marinera. La puerta amagaba con cerrarse y se apagaban los botones. Así que pulsábamos otra vez (como la relación empezaba a ser de amigos, ya habíamos nombrado a una señora para que lo hiciera por todos), y la puerta volvía a amagar, se apagaban otra vez los botones, y así hasta tres veces. Hasta que uno que se erigió portavoz dijo lo que todos estábamos pensando, si bien lo formuló en términos de hipótesis, para no parecer un listillo:

- a lo mejor hay demasiado peso.

El voluminoso no se dió por aludido, y el modesto portavoz repitió la hipótesis, ahora elevando un poco el volumen y con muestras evidentes de malestar, y mirando a los ojos a la persona gordita, que había quedado colocada más cerca de la puerta. A esta no le quedó más remedio que bajarse, porque por distintas razones, varios nos habíamos sumado ya a la actitud hostil del delegado. Hubo algún insulto y algún empujón, pero no puedo decir que no bajara por su propia voluntad.

Y emprendimos la subida, algo tristes ya, porque a medida que llegáramos a los pisos teníamos que separarnos, y pese a las rencillas del principio, nos habíamos cogido cariño. Especialmente dura fue mi despedida de la que se bajó en el quinto, porque teníamos una amistad de 6 pisos, entre bajadas, estancias y subidas.

En el sexto no estaba pediatría general. Lo supe de inmediato porque el directorio indicaba otras cuatro especialidades. Bajamos por las escaleras al quinto, por la sencilla razón de que si no es el sexto será el quinto. Y me puse a la cola de la recepción de volantes, justo detrás de la persona gordita que habíamos expulsado del ascensor hacía cinco pisos y ocho minutos, la cual me miró con cara de donde las dan las toman. Me entró la duda, al ver la cola. Y dejé en ella al lastre con el volante. Por las escaleras volví al sexto a ver si donde había leído psiquiatría ponía pediatría. No hizo falta: la mirada que me dirigió una de las pacientes que esperaban y la espuma que le salía por la comisura de los labios disiparon todas mis dudas. Del sexto bajé al cuarto, no sé por qué cojones. Y pregunté en recepción a ver dónde estaba pediatría general, y me dijeron que en el tercero. Volví al quinto, dije al lastre que dejara la cola, insulté un poco a la persona gordita y bajamos a toda leche las escaleras hasta el tercero, donde solo tuve que esperar media hora a que nos recibiera la doctora.

El resultado de la visita es que tengo que volver al especialista. Dentro de un mes. Menos mal. Así tengo tiempo para entrenarme y bajar mi marca de veinte minutos para subir tres pisos.

8 comentarios:

Sofia dijo...

¡Vaya sainete!

Pedro Mendigutxia dijo...

Mi vida es un sainete

Pedro Mendigutxia dijo...

No. Dos sainetes.

Bego dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Pedro Mendigutxia dijo...

Claro. Para eso están. Los sainetes.

Bego dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Pedro Mendigutxia dijo...

Se. De ella. De la vida. Reirse de la vida.

Bego dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.