lunes, 29 de junio de 2009

los que fue



El día que murió Michael Jackson, y los días siguientes, pasaron en la televisión una imagen tras otra. Más que fragmentos de su vida, parecían recoger las vidas que vivió. Y aprovechando que él cumplía los mismos 50 años, y esperaba que de un momento a otro entraran a liquidarle, decidió pensar, no en lo que había sido, sino en los que había sido.

Odió a todos. Desde el niño prodigio al guaperas de los ricitos. Desde el novio imbécil al adulto que le visitaba desde el espejo por las mañanas.

Ya instalado en el que era hoy, decidió escribir cartas de felicitación a los que le aguantaron de lunes a viernes. Tenían mérito. Y a los que le aguantaron también los fines de semana, que merecían un reconocimiento aún mayor. Metió un mensaje en una botella, en el que felicitaba a todos los que, sorteando el destino o aprovechándose de él, no habían tenido la desgracia de cruzarse en ninguno de los caminos que recorrieron aquellos que fue. Y puso la botella en la playa que había delante del hotel.

Cuando terminó de escribir cartas cumplimentó un formulario rindiendo cuentas de los cincuenta años al Jefe de Negociado. Quedaba tanto en el debe que pidió dos vidas al cielo y un gin tonic al servicio de habitaciones.

Exigió responsabilidades al dueño de esto, qué hay de lo mío, igual que Jackson con quien lo hizo negro.

Finalmente, se desparasitó. En un último gesto de dignidad llamó a su abogado y pidió que apartara del testamento a todos los representantes que tuvieron aquellos que fue.

Y, como Santiago Nasar el día en que lo iban a matar, puso el despertador a las 5:30 de la mañana.

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