domingo, 28 de junio de 2009

coletas

Levantaba a su hija de cuatro años cada mañana, con el sol, si había, y si no, con las nubes. Preparaba su desayuno, lavaba su carita y la vestía. Para no cometer torpezas, habituales en él por su manera más bien distraída de ser y estar, preparaba la ropa la noche anterior, una para sol y otra para lluvia, porque también quería ser previsor, y preguntaba a su mujer:

- ¿esto pega con esto? ¿y esto con esto?

Tenía miedo del juicio ajeno. Desde aquella mañana en la que, después de dejar a la niña en la escuela, fue a tomarse un café en la degustación de enfrente, y escuchó la conversación de unas madres que ponían pingando a un pobre padre viudo que hacía con sus tres hijos pequeños lo que le permitían su entendimiento y sus fuerzas. Escasas, estas.

Así que ponía especial esmero en la última de las tareas. Peinarla. Tenía una melenita rizada que presentaba infinidad de complicaciones, así que compró en eroski una docena de diademas con las que suavizar el trabajo. El día 15 ya se habían perdido todas, cosas que pasan, y tuvo que aprender a hacer coletas. Para esto había que saber un poco de matemáticas, porque la raya del pelo tenía que ser una linea recta. Y había que ser un poco artista, y tener cierta visión espacial y alguna habilidad motora, imprescindible para sujetar los pelos con una mano y manipular la goma con la otra, contando además con que la niña no se estaba quieta.

Para la primavera le salían tan bien las coletas que pensó en dejar su trabajo y poner una peluquería. O un puesto en la calle, a la puerta de una escuela. Solo para poner coletas a las niñas (a los niños en aquel tiempo, si llevaban una camiseta rosa, les llamaban marichicas, así que como para llevar coleta).

El 28 de junio fue a recoger el informe de evaluación de la pequeña. Iba de buen humor, porque era su cumpleaños, le habían regalado un frasco de colonia y hacia sol. Y en esos informes de niños siempre dicen cosas bonitas: ya sabe la "o", cuenta hasta 35, recita hacia atrás los "versos del capitán", y cosas así.

La tutora estuvo encantadora con él, y cuando leía el informe tomando un cortado en la degustación se le cayó el mundo encima.

- Observaciones: conviene mandar a la niña peinada por las mañanas.

3 comentarios:

Blanca dijo...

¡Qué bien se está calladito o calladita, cuando se sabe de la misa la mitad!!!!
Puede que las coletas no llevaran el sello Rupert, ni la melena el de Loreal, pero seguro, que aquellos rizos han guardado para el resto de sus días la ternura, los miedos, el querer y no poder, de un padre a quien peinar a "su princesita" le dio bastante más trabajo que la más complicada clase de economía.
Muy mal gusto, decirle esas cosas a uno, el día de su cumpleaños!!

Zorionak!! Mendi; y ¡un fuerte abrazo!!!

Bego dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Sofia dijo...

Son esas cosas injustas de la vida, por las que te salen mal las cosas en las que más empeño pones.
¡Y mira que duele! y si además es con algún hijo, más.
Con un hijo no te pasa (antes compras un maniquí con pelo para hacer y hacer coletas después de meter a la peke en la cama hasta que te felicite la andereño) pero con las demás cosas que van así por mucho que te empeñes en lo contrario, no sé ní qué dan ganas de hacer...

Estoy pensando ahora mismo en algún 2 ó un 1 en selectividad después de darles clase ¡9 meses!. Un punto sobre diez, todos los días peinándo para eso.

Vamos que te entiendo en el sentimiento de desolación más absoluta. ¡Vale la metáfora para
tantas cosas!.

Y te deseo ¡Un Feliz Cumpleaños!. Sin ningún otro asunto "del pelo", semejante; porque el tema de las coletas ya se ha resuelto, la princesa hace mucho que se peina sola.