viernes, 10 de abril de 2009

Mi hija también tiene poderes

Viernes santo de 2009

Le pasaba a uno de los personajes de los cuentos de Millás. En su libro "los objetos nos llaman" relata de historia de aquel padre que alardeaba de tener poderes. En Madrid, en pleno mes de junio, sentado a la mesa con su familia, se atrevía a vaticinar que esa tarde no iba a nevar. Y al día siguiente se jactaba de su buen tino planteando nuevos vaticinios: que si no era capaz de hacer ni tres flexiones, que si no metía ni una sola canasta de diez intentos... Y siempre acertaba, oye.

A mi hija le pasa igual. Pongamos por caso que sacamos la ropa de la lavadora y echamos en falta un calcetín suyo. "Pero si ya sé que no lo voy a encontrar..." contesta cuando le pides que lo busque. Y tiene razón. Al cabo de medio minuto, después de haber rastreado la casa con su visión de infrarrojos, vuelve, abre los brazos con las palmas de las manos mirando al cielo, te mira con cierta conmiseración y repite: "¿ves? ya te he dicho que no lo iba a encontrar". Lo de las manos lo pasas, pero que te mire con cara de "cómo puedo tener yo un padre que no caiga en la cuenta de que no se pueden buscar calcetines" me saca de mí.

Cuando le pido que repase el problema de matemáticas hace igual: "para qué lo voy a repasar si me va a dar igual". Y efectivamente, le da igual. Igual de mal o igual de bien, según cómo esté. Ella piensa que es porque tiene poderes, pero yo sé, porque tengo otros poderes, que le da igual porque no repasa y que no encuentra el calcetín porque no lo busca.

Tener una hija adolescente que ejerza es bonito porque estimula mi creatividad. Ya no valen argumentos ni tácticas de medio pelo. Con ellas no se pueden hacer frente a los fenónemos paranormales.

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