lunes, 20 de abril de 2009

marcianos

Tengo para mí que el Holocausto es el hecho desde el que se debe entender el mundo que nos ha tocado habitar. El de antes y el de después de los hechos y de las personas que condujeron a millones de judíos a las cámaras de gas. Y en la prensa encuentro esta mañana un reportaje en esa línea (http://www.elpais.com/articulo/sociedad/Holocausto/espectaculo/elpepusoc/20090419elpepisoc_1/Tes). Desde hace varios años, y como si un libro me llevara a otro, voy encadenando lecturas. Es mi manera de no perder perspectiva. Prefiero los libros escritos por las víctimas, porque los puntos de vista de los verdugos me interesan más bien poco.

Otros comparten mis inquietudes. La profesora de Religión de Bachillerato está acompañando a los alumnos y alumnas a leer "Si esto es un hombre", de Primo Levi. Yo, que me ocupo, entre otras, de la materia de Economía, recurrí también al libro para explicar cómo cualquier mercancía puede ser utilizada como medio de pago. En el caso de Auschwitz, las cucharas. Cuando lo cité, ví a un alumno resoplar. Y el resoplido tuvo un efecto letal en mi espíritu. Máxime cuando, como pude comprobar después, otros y otras también tuvieron ganas de resoplar, aunque no lo hicieron por respeto.

Igual que para muchos espectadores una película sobre el Holocausto equivale hoy a un western, y si no entretiene no les gusta, a mis alumnos un libro sobre el Holocausto les provoca hastío. Dicen que porque "habla todo el rato de lo mismo", y porque "hay mazo palabras en alemán". Solo se me ocurrió llamarles marcianos. Pero el insulto no tuvo ningún efecto beneficioso en mi ánimo.

Cuando sucede lo impensable, aparece lo que da que pensar
(Reyes Mate). Y tendremos que pensar. Y deberemos recular, si los profesores estamos, aunque sea un poco, un fallo táctico tal vez, en el origen de ese hastío. Porque entender el Holocausto es imprescindible. Cito al mismo Reyes Mate cuando dice que hay que tomarse en serio toda esa memoria, y pensarlo todo a la luz de lo que ocurrió. Todo: la política y la propia idea de progreso, la ética y, por supuesto, el arte. Y explicar no es comprender: la gran singularidad de la Shoah es que siempre habrá un abismo entre las causas que nos damos y lo que ocurrió. No sólo un abismo moral, también racional. El odio a los judíos no da para matar a un millón de niños.

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