miércoles, 9 de junio de 2010

niños

Acaban de detener a una señora en San Sebastián por olvidarse el niño en el coche cuando iba a darse un masaje.

Ahora enchironan a cualquiera.

A ver si no te te puede olvidar un hijo, con el estrés de vida que llevamos. El pimpollo estaba tan pitxi, roncando en el asiento de atrás, hasta que a algún desocupado se le ocurrió mirar por la ventanilla y llamar a la policía.

A mi se me olvidó un hijo en Vitoria, y me dí cuenta volviendo a casa, a la altura de Murgia, al ver que en el coche había demasiado silencio. Algunos se agobiaron bastante, pensando adónde habrá ido el infeliz, pero yo pensaba que con las paticas que tenía, no habría ido muy lejos. Otros pensaron en el secuestro, pero yo les tranquilizaba diciendo que con lo feo que era, el pobre, a ningún secuestrador profesional serio se le habría ocurrido llevárselo, porque no le iban a dar nada por él, a no ser que lo vendiera para órganos, pero eso es ser ya muy retorcido, y yo suelo ser bastante optimista.

Cuando llegamos a Vitoria nos dispersamos en plan hombres de Harrelson. Y no pasaron ni cinco minutos cuando oí su voz diciéndome "aita", como si antes no me hubiera echado en falta. Estaba sentando tan tranquilo a las puertas de una tienda de chuches, comiendo pipas, que le habría dado alguien, o que habría robado. A juzgar por la cantidad de cáscaras, debía llevar dos horas comiendo pipas. Me senté con él a compartirlas.

Y al cabo de un rato nos encontraron a los dos, unos bomberos.

A nadie se le ocurrió enchironarme.

Eran otros tiempos.

1 comentario:

Sofía dijo...

Tú lo cuentas cómo si nada, pero los que hemos perdido por un rato a un hijo, ya sabemos lo mal que se pasa.

Nosotros perdimos a Saioa en el lago de Bañolas. Tenía la tierna edad de tres años. Su aita iba por delante, yo pensé que con ella; en medio pasaron un montón de turistas, algo más atrás quedamos Gaizka y yo. Con tanta separación forzada por el tumulto, todos pensamos que estaría con el otro. Hasta que después de un buen rato de buscarnos y encontrarnos con la mirada no nos dimos cuenta que faltaba la pequeñaja.

¡Jobar que mal rato buscando detrás de cada japonés!. Hasta que se nos ocurrió, ya medio muertos por la angustia, salir por donde habíamos entrado.

¡La muy vivaracha se había ido al coche y allí estaba pegada a la carrocería y sin llorar!. Que yo ya estaba a punto de hacerlo.

¡Qué lista la tía!. Seguro que pensó, éstos me han perdido por ir andando, pero aquí no me dejan si se van en coche.

Lo que agradecí que fuera tan sensata con los padres descerebrados que le tocaron en suerte capaz de perderla al primer asalto.