Mi hijo ahora hace punto. Calceta lo llama él. Llega a casa después de la escuela, como todos los niños de 11 años, merienda, y en lugar de irse al patio a jugar un rato, se sienta en el sofa y saca la labor. Ni sé la cantidad de recuerdos que me trae a la cabeza verle con las gafas en la punta de la nariz y meneando las agujas: mi madre, mi abuela, Chus Lampreave...
Yo le animo, porque mi hijo tiene grandes dificultades de concentración, que hacen que su rendimiento escolar sea lo que se viene llamando birria. Pienso que si se concentra en esto, por lo de las transferencias que dicen los psicólogos, aprenderá a concentrarse también en aquello. Y sacará notas estupendas en matemáticas y en conocimiento del medio.
Lo que pasa es que la bufanda en la que ahora se aplica está quedando como sus restas y sus redacciones. Con agujeros que denotan una tremenda falta de pericia.
Y yo le digo que no importa. Que el único sitio donde los agujeros no tienen remedio es en el alma. Y que el la tiene tupida. No sé si sabe lo que es tupida, pero sonrie (la sonrisa de mi hijo es espectacular) y sigue trabajando.
1 comentario:
Me ha encantado Pedro :)
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